Iniciativa Latinoamericana para el avance de los Derechos Humanos de las Mujeres II - page 79

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III. Tensiones y aprendizajes
Si tuviéramos que hacer una evaluación de la última década del siglo XX, diríamos
que el movimiento feminista y de mujeres actualiza en Bolivia la histórica tensión
entre dos referentes ético-normativos: igualdad y diferencia, universalidad y
particularidad, que condicionan las estrategias de acción política y la identidad de
los movimientos.
Ciertamente la disputa entre igualdad y diferencia no adopta el cariz radical propio
de los feminismos de los países desarrollados
14
. Esta tensión adquiere un carácter más
complementario y conciliador que antagónico. En aquel momento, la aspiración a
la igualdad pasa por afirmar la inclusión y la no discriminación. Se comprendía que
la igualdad formal entre individuos abstractos y el igual trato -independientemente
de las particulares y desigualdades individuales y colectivas- tenía el efecto de
reproducir la opresión y desventaja de los que son considerados desde el poder
como “los otros”. Pero, a la vez, se reconocía la virtualidad de convertirse en un
horizonte emancipatorio capaz de irracionalizar, diría Celia Amorós, las promesas
incumplidas de las nociones de universalidad de los derechos postulados por el
pensamiento político moderno.
Apelar a la igualdad en este sentido tenía la ventaja de politizar la exclusión de
las mujeres y garantizar una defensa necesaria y esencial para la ampliación y
ejercicio de sus derechos de ciudadanía. Desde el punto de vista de la democracia,
significaba luchar por legitimar la presencia social de un colectivo subordinado que
aspiraba a exigir y conquistar derechos, “no solo para igualarse con los derechos
de los hombres sino para ser reconocidas como ciudadanas, cuya construcción
permanente se percibía como enriquecedora de la democracia”
15
.
Sin embargo, ignorar la diferencia nos llevaba a una falsa neutralidad, al riesgo
de que encubiertamente se acepten desigualdades, inequidades y carencias. Para
reparar la injusticia de la exclusión/inclusión subordinada al mundo social, se
requería, por otra parte y como condición, el reconocimiento de la diferencia sexual
convertida en desigualdad y jerarquía, como poner en evidencia las tensiones entre
el plano enunciativo y el práctico de la universalidad de la ciudadanía. La estrategia
consiste en reconocer que no puede haber igualdad sin reconocer las diferencias y
los desequilibrios de poder entre hombres y mujeres, es decir, sin develar el espacio
privado como lugar de poder. De este modo, para realizar la igualdad formal de la
ciudadanía es preciso desmontar la distinción entre público y privado que actúa
como poderoso principio de exclusión.
14 VARGAS,
Op. cit.
15
Ibidem.
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