Oriente medio : una eterna encrucijada - page 40

Gilberto Aranda y Luis Palma
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Profeta y guardián de los lugares santos del Islam era la persona indicada
para el Califato. En El Cairo, Clayton había recibido información que
había sido mal procesada, en el sentido que los demás líderes regionales
de la península arábica, tales como los Emires de Yemen y de Asir, como
también Ibn Saud y quizás Ibn Rashid del Nejd, apoyarían al jerife de La
Meca en su tarea de una Arabia para los árabes. Esta información Clayton
la transmitió a Kitchener el 6 de septiembre de 1914 en un memorándum
secreto. Pero la situación era muy diferente, ningún emir estaba dispuesto
–voluntariamente– aceptar a otro como el líder de los árabes.
El memorándum de Clayton entusiasmó a la gente del Ministerio de
Guerra en Londres y Kitchener instruyó a su agencia en El Cairo para que
renovara los contactos que se habían sostenido con Abdullah para que le
dieran a conocer que si la nación árabe ayudaba a Gran Bretaña en la
guerra contra Turquía, los británicos garantizarían que ninguna interven-
ción interna ocurriera en Arabia y a los árabes se les otorgaría cualquier
asistencia contra una agresión externa. David Fromkin señala que Kitchener
cuando mencionaba a la nación árabe, se refería a los árabes que vivían
en Arabia. Las instrucciones sobre el contenido del mensaje tuvieron que
ser traducidas al idioma árabe por los funcionarios de Clayton en El Cairo,
traduciéndose en el texto el apoyo británico como «a la emancipación de
los árabes». Posteriormente, Clayton envió un nuevo mensaje a Kitchener
solicitándole que era necesario para conversar con los árabes del Hijaz,
clarificar en qué consistía la promesa que se les había ofrecido. El Minis-
tro de Guerra británico inmediatamente autorizó a la Agencia para despa-
char al Hijaz una comunicación aclarando el compromiso de los ingleses.
Una vez más, en la traducción los funcionarios de Clayton fueron más allá
de lo instruido por Londres, señalando que en el primer documento no solo
se referían a Arabia, sino prácticamente a todos los que hablaban árabe en
Asia (Palestina, Siria y Mesopotamia), prometiendo que si sus habitantes
expulsaban a los turcos, Gran Bretaña reconocería y garantizaría su inde-
pendencia.
Las comunicaciones enviadas a Hussein solo fueron entregadas al In-
dia Office (Ministerio británico a cargo de las posesiones en India), en
diciembre de 1914 cuando ya estas habían sido recibidas en la Meca. Las
autoridades de este ministerio reaccionaron severamente indicando que
«esta correspondencia era muy peligrosa» al pretender erigir un Califa
árabe. Incluso el propio secretario de Estado para la India, Lord Crewe,
declaró que la figura del califa –el Sultán turco– permanecía intacta y que
los musulmanes de la India lo aceptaban con gran respeto y que nunca
aceptarían que fuese reemplazado como resultado de una intervención
foránea. Es más, en un documento elaborado por el Departamento de
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