Oriente medio : una eterna encrucijada - page 39

Oriente medio: una eterna encrucijada
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en el Sinaí y en Palestina –o aún en 1915– entonces poco esfuerzo se
habría necesitado para arrinconar a los turcos, lo cual en cambio habría
permitido a Gran Bretaña avanzar por los Balcanes y derrotar a Alema-
nia»
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. Según Lloyd George se había perdido una gran oportunidad por-
que los servicios de inteligencia no apreciaron correctamente esta situa-
ción o fallaron al no informar lo que estaba sucediendo al interior del
Imperio Otomano.
Para Lord Kitchener la ocupación de los territorios del Oriente Medio
era fundamental para la seguridad de Gran Bretaña. Él, como otros britá-
nicos que habían vivido en la región, sostenía que en el mundo musulmán
la religión regía todas las actividades, pero estaba equivocado al pensar
que el Islam era centralizado con una sola estructura autoritaria. Kitchener
y su grupo veían al Islam como una sola entidad, donde todos los musul-
manes la seguían y obedecían. Temían que el Islam podría ser capturado
y manipulado contra los intereses británicos, por ello Kitchener pensaba
que quien controlara la persona del Califa –sucesor de Mahoma– contro-
laría el Islam. El análisis de Kitchener señalaba que en la India, donde los
musulmanes sunníes veían al Sultán turco como Califa, representaban una
seria amenaza para el Imperio Británico. Si el califato caía en manos
enemigas, el poder de este podría ser usado contra los británicos minando
sus posesiones en India, Egipto y Sudán, porque Gran Bretaña en ese en-
tonces gobernaba sobre una inmensa cantidad de musulmanes. Los temo-
res de Kitchener se basaban sobre las experiencias que habían tenido los
británicos en la India, cuando por problemas religiosos se produjo un gran
motín en 1857, poniendo fin al gobierno de la East India Company; en
Sudán las fuerzas del Mahdi, en 1885 habían tomado Khartum controlan-
do ese territorio por trece años; y, en Egipto los grupos panislámicos,
aunque minoritarios, permanecían activos.
El plan de Kitchener consistía en que una vez que finalizara la guerra,
Gran Bretaña debería proponer su propio candidato para el califato, con-
siderando que Mahoma había sido árabe, el nuevo califa debería también
ser árabe. Como los británicos controlaban la ruta del Mar Rojo hacia la
India, tenían contactos con los árabes del litoral de la península arábica,
por lo cual creían que el que gobernaba La Meca debería ser el Califa. De
esta manera los británicos podrían tener una buena vinculación con el
Califa, asegurando sus intereses y, además, al estar en ese lugar de Arabia,
lo mantendrían lejos de la influencia de los adversarios europeos. Para los
británicos el Emir de La Meca, el Jerife Hussein, por ser descendiente del
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Fromkin, David,
A Peace to End all Peace, The fall of the Ottoman Empire and
the creation of the modern Middle East,
New York, Avon Books, 1990, p. 91.
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