218 Investigación en Salud. Dimensión Ética
• Interés de las aseguradoras por cono-
cer el perfil de salud de su potencial
cliente.
La confidencialidad es entendida, prima-
riamente, como un derecho de los pacien-
tes o clientes que acuden a una institu-
ción de salud. En general, se suele
comprender que la información deposita-
da en el profesional recibirá el manejo con-
fidencial necesario. El núcleo problemáti-
co se encuentra en el tipo de situaciones
bajo las cuales se levantará tal reserva. Las
instituciones no acostumbran a estar in-
formando a sus usuarios respecto de las
limitaciones legales y éticas que tienen para
guardar información que, por mandato y
en forma unilateral, deben dar a conocer
a una tercera instancia.
La difusión cada vez más amplia del proce-
so de consentimiento informado, no sólo
en la investigación sino también en la aten-
ción sanitaria, ha generado una corriente
de opinión que enfatiza en la necesidad de
conservar los derechos a la intimidad, pri-
vacidad y confidencialidad de las perso-
nas. Para los países anglosajones, de tradi-
ción individualista que contempla un
profundo respeto por la privacidad e inti-
midad, estos elementos son parte de lo que
la sociedad en su diario devenir debe cons-
truir y proteger con especial interés. No
obstante, en América Latina, la influencia
mediterránea ha marcado vertientes distin-
tas en la apreciación de lo íntimo o lo pri-
vado. Por tal razón, se generan resistencias
al cambio o se evalúan como innecesarios
los intentos por conservar datos o referen-
cias a la vida privada de las personas. En
consecuencia, si no se reflexiona respecto
de las necesidades de cuidado de la confi-
dencialidad es difícil que se encuentren ac-
ciones concretas en la atención sanitaria o
en la labor investigativa.
La confidencialidad es uno de los funda-
mentos de la confianza de la relación tera-
péutica en salud. Sus escenarios son di-
versos e incluyen acciones como consultar,
recibir un diagnóstico o divulgar la tera-
pia instaurada. Áreas como los trastornos
mentales, el consumo de sustancias o las
enfermedades de transmisión sexual exi-
gen un mayor grado de compromiso en la
conservación de la información, de lo con-
trario se fisura la confianza y la tasa de
deserción terapéutica se incrementa. De
igual manera, el ingreso de un número sig-
nificativo de participantes o la veracidad
de su información resultan afectados ante
el incremento en la vulnerabilidad duran-
te la actividad investigativa.
Desde los orígenes de la profesión, las co-
munidades han dado al médico –y, poste-
riormente, a todo el equipo de salud– la
facultad de recibir información íntima con
el compromiso de llevar el debido manejo
confidencial que se requiere. Los códigos
de ética profesional recogen esta tradición
y la elevan a la categoría de norma univer-
sal. De tal suerte, que la conservación de
la confidencialidad ha generado una obli-
gación indeclinable: es un derecho de los
pacientes que genera simultáneamente un
deber en el profesional. Las personas ac-
ceden a divulgar información secreta como
parte de lo que el galeno requiere para
hacer la aproximación diagnóstica y tera-
péutica de quien le consulta.
Todo lo que se diga o se dé a entender en el
proceso de consulta es susceptible de reci-
bir el manejo confidencial. Sin embargo,
hay esferas de la intimidad que, según la
cultura y el momento histórico, han reci-
bido un manejo especial: es lo que ahora se
denomina “información sensible”, es decir,
aquellos datos que el individuo y su tera-
peuta estiman que requieren mayor secre-
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