108 Investigación en Salud. Dimensión Ética
contencioso en diversas variantes del cris-
tianismo.
Hay posturas que disuelven la equidad, va-
lor sutil y complejo, en una versión de igua-
litarismo que la desvirtúa. Puede satisfacer
momentánea y fugazmente la necesidad de
justicia o el imperativo de rebelarse contra
abusos, pero la experiencia histórica y la
realidad psicológica muestran que no se ha
cumplido nunca como ideal ni satisface a
los individuos de manera perdurable. Te-
nazmente reaparece el afán de diversidad
propio de los individuos y se reconstruyen
jerarquías y distinciones sobre criterios dis-
tintos (por ejemplo, la nobleza de nacimien-
to se reemplaza por el mérito revoluciona-
rio). La heterodoxia se transforma en
ortodoxia. A veces, se implantan distincio-
nes sin diferencias reales, lo que resta legiti-
midad a las decisiones basadas en ellas. El
colapso del ordenamiento político existen-
te puede ser su consecuencia: puede pro-
ducirse por
rebelión
, orientada a corregir
abusos, o por
revolución
, como movimien-
to que busca cambiar los usos.
En el plano individual es difícil aceptar el
igualitarismo como meta, por mera expe-
riencia histórica. Lo cual no significa que
no sea una loable tendencia y, aunque fic-
ticia, deseable aspiración. Casi todas las
construcciones sociales de utopías son “eu-
topías”: lugares perfectos. La utopía clási-
ca de Moro, las propuestas de Rousseau,
la sociedad ideal de San Agustín, las co-
munidades perfectas que soñaron Cam-
panella y Platón, la asociación de indivi-
duos “racionales” y razonables que postula
Rawls, todas esas construcciones de la
imaginación suponen, o dan por supues-
to, lo mismo que desean obtener.
La filosofía práctica, la ética, no puede
contentarse con describir la situación ac-
tual. Se le ha atribuido la misión de seña-
lar lo que “debiera ser” y aspirar a lo me-
jor como lo que “debe ser”. Aunque la
Declaración Universal de los Derechos
Humanos y otros documentos similares
sean ignorados, y no haya sitio en el mun-
do donde se los haya respetado siempre a
cabalidad, su existencia es saludable por-
que describen algo que existe en la imagi-
nación de lo humanamente perfectible.
Sin embargo, hay que hacer notar las os-
cilaciones del péndulo de la historia: des-
de el universalismo al particularismo, de
la preeminencia de la sociedad al ensalza-
miento del individuo. La realidad social
no es inmutable. Es más real mientras más
cambiante.
Difícil es ignorar la estrecha vinculación
de lo deseable con el poder. Poder de nom-
brar. Poder de discernir y separar. Poder
de segregar. En fin, poder de dar legitimi-
dad. Negando esta relación no se la anula.
Se le confiere más peso, por ser peso igno-
rado. Asistimos a una globalización que
no involucra uniforme ni equitativamen-
te a todas las naciones, pueblos o comuni-
dades. Se presenta como una necesidad
ineluctable de la historia humana lo que,
desde otra perspectiva, no es más que una
realidad particular.
En una disquisición macrobioética es ne-
cesario reconocer este factor de inequidad,
ya no de personas o circunstancias, sino de
distribución de poder, porque influye de
manera soterrada en los valores nucleares
que animan el trabajo en epidemiología y
salud pública. Si suponemos que éste debe
contribuir a mejorar las condiciones de vida
de las poblaciones, dilucidar sus valores
subyacentes no puede considerarse un lujo,
sino una necesidad técnica. No debe olvi-
darse que, desde los albores de la medicina
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