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En todos estos temas el pensamiento decisivo es que la medicina, den-
tro de su propia sustancia, debe desarrollar los parámetros mediante los
cuales, en el campo de las relaciones personales, dar una respuesta válida
a problemas del poder y a preguntas éticas y jurídicas. La medicina es
en muchos sentidos más capaz que la sociología porque conoce mejor al
ser humano y ha reconocido que la persona no sólo es simultáneamente
“espíritu” e “instinto”, sino también determinación recíproca de ambas.
La medicina ha dejado su objeto específico –la persona– a las ciencias na-
turales y estaba en riesgo de someterse a una determinación externa, cuya
significación sociológica nos ha ocupado. El viejo antagonismo entre suje-
to y objeto, más o menos culpable de la oculta metafísica mecanicista del
otro, en la medida en que ha puesto en su fundamento el “pienso, existo”
del sujeto cartesiano autónomo y por lo cual el objeto-mundo se explica
mecanicistamente, es en parte responsable de que adquiriera un carácter
sociológicamente neutral y en extremo científico-natural. Si se determina
el hombre bipersonalmente en conjunto con el entorno, es por tanto él y
su mundo un proceso de trato recíproco en un encuentro pleno de suce-
sos. De forma necesaria, ni el mundo es plenamente objeto ni el hombre
solamente subjetividad, sino se separa de esta alternativa (por lo menos
como predeterminación y ulterior precisión epistemológica). Entonces, la
medicina muestra también de nuevo su carácter de fusión general, esto es,
sociológico. Algo parece indicar tal desarrollo, como el interés creciente de
la política, la filosofía del derecho, la ciencia social y la religión por la me-
dicina. Actualmente, cuando la medicina ha descubierto su propio núcleo
sociológico, retomará la recíproca relación de todos los ámbitos de la vida
–algo que realmente debe esperarse por la dinámica bipersonal.
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