El carácter de la dependencia experimentó un nuevo cambio en el período que estamos analizando: 1927-1973. En dicho
lapso se podrían señalar por lo menos dos fases: una, desde 1930 hasta mediados de la década del 50', durante la cual
nuestro proceso de industrialización por sustitución limitada de importaciones nace dependiente de la importación de
máquinas-herramientas e insumos, al mismo tiempo que se profundiza la enajenación de las materias primas explotadas
por el capital extranjero; y otra, de 1960 en adelante, en que el imperialismo comienza a desplazar capitales del área de
las materias primas al sector de la industria de bienes de consumo durables, sin perder la hegemonía en la cartera de
inversiones, el control tecnológico y la comercialización de las materias primas latinoamericanas.
El proceso de internacionalización del capital y la nueva división mundial del capital-trabajo, acentuados durante la
década de 1970, redoblaron el dominio privado como público, a través de la asociación del capital monopólico extranjero
con el capital criollo y estatal.
El proceso de dependencia semicolonial creciente tuvo no sólo un carácter económico sino también político. El
imperialismo norteamericano no sólo controla las materias primas y la industria, sino que ha logrado también, a través de
la OEA y los Pactos Militares, alienar gran parte de nuestra soberanía nacional.
En síntesis, América Latina es un subcontinente semicolonial (como categoría concreta del grado de dependencia
respecto del imperialismo), de un desarrollo capitalista atrasado, desigual, articulado y específico-diferenciado. A pesar
de su atraso, nuestros países, mayoritariamente, no son agrarios sino urbanos, en algunos casos industrial-urbanos y en
otros industrial-urbano-mineros, con excepción de los países donde predomina la economía de plantación.
El fenómeno de la dependencia es tanto económico como social y político. Es una totalidad en que las relaciones de
dependencia y explotación de los países semicoloniales de los centros imperialistas no sólo son relaciones entre los
Estados sino fundamentalmente entre clases.
Internacionalización del capital siempre ha habido desde el surgimiento del capitalismo, especialmente en la fase
imperialista. Ocurre que en el último tercio del siglo XX se ha intensificado a tal grado, convirtiéndose en
transnacionalización del capital.
El proceso de industrialización, acelerado en América Latina durante las décadas de 1930 y 1940, fue uno de los
principales desencadenantes de la crisis ecológica que vive actualmente nuestro continente.
Es necesario hacer una distinción entre industrialización y urbanización. Si bien es cierto, que durante las décadas
mencionadas precedentemente el crecimiento de las ciudades se debió principalmente al proceso de industrialización por
sustitución limitada de importaciones, en las últimas dos décadas se observa que mientras la población urbana sigue
aumentando, el número de obreros industriales se ha estancado, aumentando otros sectores de asalariados y el llamado
trabajo informal. El proceso de industrialización significó un aumento de las actividades comerciales y financieras y de la
construcción, generando graves problemas de transporte y comunicaciones. Los ruidos, la basura y la contaminación del
aire y de las aguas fueron la expresión de un profundo deterioro ambiental.
Un aumento de la producción y de las nuevas formas de consumo fue estimulado por la concepción "desarrollista", que
estaba más interesada en un tipo de "crecimiento" industrial que en un auténtico desarrollo ecosistémico. En función de
ese "crecimiento" se facilitó el control de las industrias por las empresas transnacionales, reforzando la importación de
una tecnología que acentuó nuestra condición de países dependientes.
El crecimiento económico experimentado por América Latina ha sido confundido con un proceso de desarrollo, cuando
en realidad más nos "desarrollábamos", más nos subdesarrollábamos, según la frase acuñada por Andre Gunder Frank.
El resultado es que la participación de América Latina en la economía mundial ha disminuido a la mitad respecto de
1950
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al mismo tiempo que su deuda externa crecía aceleradamente.
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Julio Barreiro: Los molinos de la ira. Ed. Siglo XXI,
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