jamás alcanzados hasta entonces en la historia de Chile. La burguesía vio por primera vez amenazado su régimen de
dominación. Para preservarlo, recurrió a una masiva represión, expresada en las frecuentes masacres de obreros pampinos
y de trabajadores de Santiago y Valparaíso.
Las características masivas que tuvieron en Chile las matanzas obreras de principios de siglo XX, cometidas por el
Ejército y la Marina, tienen pocos puntos de comparación en América Latina. Los ejércitos de otros países del continente
también reprimieron con ferocidad, pero el número de trabajadores muertos raras veces alcanzó cifras que se registraron
en Chile, contados por miles en Santa María de Iquique (1907), San Gregorio (1920) y La Coruña (1925). De este modo,
las Fuerzas Armadas garantizaron al imperialismo y a la burguesía criolla el reparto de la renta salitrera, las inversiones
en materias primas y el pago del servicio de la deuda externa.
Mientras un segmento de las capas medias se radicalizaba, dando lugar a la combativa generación estudiantil de la década
de 1920, otro sector reforzaba las tendencias arribistas, especialmente los empleados de las compañías extranjeras. En el
cuento
El Piloto Oyarzo
, el escritor Mariano Latorre pintó uno de esos personajes: "Fumaba mi cigarrillo Capstan
(legítimo). Miraba jovencitos chilenos que imitaban a los ingleses, gringos de pasos lentos, de huesudas espaldas,
desgarbado chaleco de vicuña y pipa olorosa (...) Chuparreaba con paciente voluntad mis primeros verbos en inglés (...)
sólo me gustaban las muchachas rubias, delgadas, jugadoras de tenis. No podía soportar la pereza criolla, las gruesas
pantorillas de las señoritas chilenas, chachareando en la Plaza Victoria todas las tardes"
47
.
Lenta, pero firmemente, la ideología y la cultura extranjerizante, asentada en las inversiones en materias primas y en las
libras esterlinas de los empréstitos, iban modificando la vida cotidiana de una parte de la sociedad chilena.
La venta de las salitreras y minas de cobre al capital monopólico foráneo y la retribución de los empréstitos contratados
por el Estado, administrado por liberales y conservadores, estimuló la fuga de capitales. La burguesía criolla, en lugar de
reinvertir la plusvalía en el desarrollo de la industria nacional y en la modernización de las empresas agrícolas, prefirió
girar parte de sus capitales a las metrópolis auropeas, ya fuera por vía de ostentosos viajes o mediante la inversión en
valores de la Bolsa de Londres o París.
Es imposible cuantificar el grado de descapitalización del país que produjo, aunque algunos autores de la época han
anotado cifras elocuentes. Valdés Vergara, por ejemplo, señalaba en un libro de 1913: "Hace apenas veinte años no se
tomaba en cuenta para los movimientos del cambio lo que gastabanl os chilenos en Europa. Era poco más que nada. Al
presente, hay familias que gastan medio millón de francos por años a lo menos y, si esto se estudia a fondo en las cuentas
de los Bancos que giran letras o remesan los fondos por cable, se verá que el total excede de 25.000.000 de francos o sea
1.000.000 de libras esterlinas
"
48
.
Para dar una idea aproximada de la descapitalización del país, Valdés Vergara calculaba que anualmente salían unos
cinco millones de libras esterlinas en concepto de ganancias de las empresas extranjeras, gastos chilenos en el extranjero
y fuga de capitales "nacionales". Agustín Ross “calculaba en 75.000.000 de libras esterlinas los capitales fugados entre
1898 y 1918"
49
.
Con esos capitales criollos fugados a las metrópolis europeas pudo haberse pagado gran parte de la deuda externa.
Cualquier gobierno, con un mínimo de dignidad nacional, hubiera aumentado los derechos de exportación de las
compañías extranjeras del cobre y del salitre y decretado la congelación de los capitales criollos depositados en los
47
Mariano Latorre: El Piloto Oyarzo, de la serie de "Cuentos
Chilenos del mar" en Sus Mejores Cuentos. Santiago, 1946, p. 176
y 177.
48
Francisco Valdés Vergra: Problemas....,op. cit., p. 105.
49
Gonzalo Vial: Historia de Chile. Volumen II, op. cit., p.
144.
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