Oriente medio : una eterna encrucijada - page 68

Gilberto Aranda y Luis Palma
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en San Remo, acordaron ceder a Gran Bretaña un Mandato Clase A sobre
la región de Palestina, situada entre los 33 y 31 grados de latitud norte y
los 34 y 37 grados de longitud este. Aunque en ese entonces, todavía el
mandato no había sido aprobado por la Sociedad de las Naciones, los
británicos ya habían iniciado la implementación de la Declaración Balfour.
En agosto de ese año anunciaron que una cuota de 16.500 inmigrantes
judíos podría ingresar a Palestina, provocando con ello serios disturbios
en Jaffa, puerto al sur de Tel Aviv. El 10 de agosto se firmó en Sévres el
Tratado de Paz con Turquía, exigiéndose al gobierno turco que los territo-
rios de Siria y Cilicia pasaran a Francia, mientras que Mesopotamia (Irak)
y Palestina a Gran Bretaña. Al mismo tiempo, los británicos incorporaban
a sus dominios imperiales Egipto y la isla de Chipre.
Finalmente el 24 de julio de 1922 el Consejo de la Sociedad de las
Naciones aprobó el mandato de Palestina, el cual entraría en vigor en
septiembre de 1923. Este mandato contemplaba dos importantes objeti-
vos, conforme a lo estipulado en el artículo 22 del Pacto de la Sociedad de
las Naciones, debía asegurar como una misión sagrada de la civilización
el bienestar y desarrollo del pueblo mandatado y reconocer provisional-
mente la existencia de Palestina como nación independiente. A la vez, el
mandato requiere que el mandatario sea responsable de hacer efectiva la
Declaración Balfour. Por lo tanto, el artículo 2 disponía: El mandatario
será responsable de colocar al país bajo tales condiciones políticas, admi-
nistrativas y económicas que garanticen la fundación de un hogar nacio-
nal judío, como se establece en el preámbulo, y el desarrollo de institucio-
nes autónomas; asimismo, deberá salvaguardar los derechos civiles y reli-
giosos de todos los habitantes de Palestina independientemente de su raza
y religión. También se dispuso que la inmigración judía no debería incidir
en los derechos y posición de otros sectores de la población.
A pesar de las declaraciones y acuerdos adoptados por la Conferencia de
Paz de París, la confusión reinaba en el Oriente Medio. El nacionalismo, el
sueño de la unidad árabe, las disputas entre los árabes, la rivalidad entre
británicos y franceses, las promesas efectuadas y el problema de Palestina,
incrementaban la hostilidad hacia Occidente y formaban parte de un com-
plejo problema. Gran Bretaña, que después de la guerra había surgido como
la gran potencia en la región, permanecía inmóvil. Los disturbios y actos de
violencia que surgieron a partir de 1920 en Siria, Mesopotamia, Palestina y
Transjordania, removieron al gobierno británico para que adoptara rápidas
decisiones las que definirían sus intereses y ambiciones. Con tal propósito,
el ministro de las Colonias (Colonial Secretary) Winston Churchill, resolvió
celebrar –en marzo de 1921– una Conferencia en la ciudad de El Cairo, a
fin de ratificar los intereses británicos en la estratégica área que se extiende
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