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Las materias económicas, de justicia y de equidad, tienen que formar parte de
evaluaciones más sutiles y provechosas respecto de la investigación. Pero los comités de
ética no pueden hacer cada cosa en forma correcta y justa. No pueden asegurar distribuciones
más equitativas de los recursos médicos en otros países. La tarea de los evaluadores éticos
es primeramente obtener información pertinente. Luego, tienen que asegurar que la
investigación bajo consideración sustenta la promesa de un importante desarrollo.
Finalmente, tienen que asegurar que los resultados positivos de la investigación estarán
disponibles para algunas personas en la comunidad donde ésta se llevó a cabo. La
investigación realizada en las naciones en desarrollo debería abocarse a temas curativos
-en el sentido de sanar-, a tratamientos e intervenciones necesarias, más bien que al
perfeccionamiento del conocimiento. El conocimiento puede avanzar en cualquier lugar.
Si las necesidades, intereses y valores de la gente de los países en desarrollo se respetan
como centrales, entonces existe una mayor posibilidad de que la investigación realizada
allí sea ética.
Hacia la política, la economía, la literatura y la teología.
La Bioética en sus inicios estaba abocada a la medicina y problemas médicos, pero
aun en aquella etapa inicial mostraba signos de una expansión mucho más amplia hacia
los campos de la política y economía, historia y teología.
Cuando finalizamos nuestro viaje por el mundo, Dan Callahan reunió algunos
recursos iniciales, abandonó el “Commonweal” y fundó el Centro Hastings, ubicado en
Hastings-on-the-Hudson, en Nueva York. El Centro inmediatamente produjo un impacto.
El equipo de trabajo produjo una breve publicación mensual relacionando los últimos
avances médicos con reflexiones éticas. Aquel pequeño boletín llegó a convertirse en el
Hastings Report. Hoy, 30 años más tarde, como ustedes saben, existen cientos de institutos,
centros, programas y cursos de Bioética, y miles de libros y artículos publicados cada año.
Lo que no pudimos ver ni imaginar en su real magnitud fueron todos los cambios
sociales y culturales que se derivarían de los adelantos médicos. Nunca podríamos haber
imaginado que la investigación en genética, por ejemplo, desafiaría creencias largamente
establecidas acerca del significado de la vida humana, requeriría de un replanteamiento de
nuestros valores sociales, aun crearía cambios sustanciales en nuestra economía. Pero
nunca imaginamos hasta qué punto la economía y las consideraciones monetarias llegarían
a estar tan estrechamente ligadas con consideraciones respecto a lo correcto y lo equivocado.
No nos dábamos cuenta, pero los adelantos en medicina y en investigación médica estaban
cambiando nuestra comprensión sobre nuestros cuerpos, nuestras familias, nuestra
economía, nuestras sociedades y nosotros mismos. Estaban cambiando nuestra comprensión
de la naturaleza, y desafiando hasta antiquísimas creencias religiosas.
Algunas de las temáticas filosóficas y teológicas de mayor envergadura se trataron
en un libro escrito por un teólogo de la Escuela de Divinidad de Yale, Joseph Fletcher,
llamado “Medicina y Moral: Los Problemas Morales del Derecho del Paciente a Conocer
la Verdad, Contracepción, Inseminación Artificial, Esterilización, Eutanasia”. El libro de
Fletcher fue publicado en 1954, y para 1960 había recibido más que su cuota de criticismo.
Algunas reflexiones personales sobre la participación de la
OPS
en temas de bioética
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