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Pautas Éticas de Investigación en Sujetos Humanos: Nuevas Perspectivas
solamente intensificó el debate ético. Medicina y ética constituían una gran noticia, tanto
para la Iglesia como para la sociedad secular.
La píldora.
Conservadores políticos y religiosos creían que toda suerte de inmoralidad pública
podría ser asociada con la píldora. Se hablaba de una revolución sexual y autoridades
éticas diversas expresaban una opinión sobre estas materias. Ética y medicina estaban
siendo discutidas en revistas informativas, revistas femeninas, publicaciones académicas y
programas televisivos y radiales. Yo escribí mi primer disentimiento público respecto de
las enseñanzas morales católicas oficiales en una serie de columnas periodísticas. Con
gran antelación al caso KarenAnn Quinlan, la píldora mantenía la atención general enfocada
en la temática de ética y medicina.
La tradición católica siempre había requerido que las relaciones sexuales estuviesen
abiertas a la posibilidad de procreación. En los artículos periodísticos, yo sostenía que la
naturaleza tenía su propio sistema contraceptivo incorporado y que todo lo que las nuevas
tecnologías médicas hacían era ayudar o mejorar el sistema de control de la natalidad
propio de ésta.Apesar de encontrarme marginado de las estructuras de autoridad eclesiástica,
yo estaba de acuerdo con unos pocos teólogos que sustentaban una igual apreciación y con
una masa de mujeres católicas, quienes sentían que la píldora venía a proporcionarles una
muy necesitada liberación de la esclavitud reproductiva.
El doctor John Rock, creador de la píldora, era católico, pero esto ni siquiera generó
una solidaridad mínima entre los burócratas del Vaticano que llevase a pedir más tiempo
para estudiar la situación antes de publicar una reacción negativa conjunta. Aquellos de
nosotros que respaldábamos esta nueva tecnología médica pensábamos distinto. A fin de
desarrollar argumentos convincentes, tuvimos que prestar cuidadosa atención a todos los
hechos médicos, para comprender cómo trabajaba la tecnología médica, y luego entender
también la tradición teológica que estábamos tratando de cambiar. Finalmente, debimos
considerar las muchas diferentes culturas en las que las enseñanzas morales católicas tenían
que ser aplicadas.
La píldora y el aborto no eran las únicas temáticas de constante exposición pública
en este periodo inicial. Además, las unidades de cuidados intensivos de alta tecnología
comenzaban a operar con respiradores mecánicos y tecnologías de alimentación artificial.
Cada vez más, las personas iban al hospital a morir; por tanto, se necesitaban políticas
hospitalarias tendientes a tornar más consistente y humano el cuidado de los enfermos
terminales. Los aparatos de diálisis llevaron a la creación de comités éticos públicos, que
intentaban resolver el tema de justicia. Cuando el tratamiento es escaso, ¿quién debe ser
tratado y vivir, o privado de tratamiento y morir?
Los medios de comunicación durante los años sesenta estaban llenos de historias
sobre adelantos clínicos y las problemáticas que éstos generaban. En 1966, en medio de
todo el interés en salud reproductiva y todos los cambios en cuidado terciario, Henry K.
Beecher hizo detonar su bomba acerca de serias violaciones éticas en la investigación
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