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Acción y valor
Paul Christian había publicado en 1948, el año de mi nacimiento, un
trabajo titulado “
Vom Wertbewusstsein im Tun
” (De la conciencia de va-
lor en el hacer), que dedica al profesor Víctor von Weizsäcker con mo-
tivo de su sexagésimo cumpleaños. El ejemplar que ahora releo para esta
recordación es muy viejo y su papel ya se destruye, indicio seguro de la
antigüedad y señal de finitud que sobrecoge. Dice así su comienzo: “En la
experiencia natural aparece el movimiento no como cosa (
Sache
) neutral
sino como actividad que algo intenta, algo muestra y a algo conduce”.
Bastaría esta simple afirmación para comprender la intención de lo que
sigue. El hacer, el movimiento humano no será objeto de una mecánica
corporal. Será objeto de una reflexión dadora de sentido. Ya el maestro
von Weizsäcker había hecho la distinción terminológica, hablando del
sistema nervioso, entre
Leitung
, conducción, y
Leistung
, rendimiento. El
movimiento que Christian quiere ilustrar no es simplemente el producto
de las inervaciones neuromusculares ni el resultado de los principios de la
acción refleja. El movimiento a que su escrito se refiere se relaciona con
“realizaciones” o, más crasamente dicho, rendimientos. Pues no se mueve
el hombre, y tampoco el animal, simplemente por moverse. No hay un
elan locomotif
así como Bergson postulara un
elan vital
. Los organismos
se mueven para algo y no solamente por algo. Obviamente, decimos de
algunos movimientos que son instintivos, porque no hay antecedentes
visibles de una intención o agencia consciente que permita modificarlos
según la circunstancia, y de otros que son motivados, porque descubri-
mos que solventan alguna deficiencia, sacian alguna necesidad o abren
perspectivas de nuevas acciones (conductas apetitivas y actos consumato-
rios, al decir de la etología más clásica).
Lo importante de la perspectiva ilustrada en el opúsculo de Christian es
que no solamente considera el movimiento desde una perspectiva “ex-
terior”. No solamente aparece en su trayectoria, duración y fuerza des-
plegada. Aparece, ante todo, en su dimensión interior o subjetiva, en lo
que para el sujeto (y para quienes están en comunicación con él) aparece