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veces, en los años siguientes, he vuelto a esta distinción, que juzgo impor-
tante al momento de discernir entre una investigación terapéutica y una
no terapéutica, tal como propuso la declaración de Helsinki de 1964. Más
que el beneficio individual, distingue al acto terapéutico investigativo que
se hace “con” la participación del doliente y su vital interés en la empresa
común. Una buena alianza terapéutica, como se asegura de continuo, es
fundamental en las psicoterapias. Que de allí se pueda obtener conoci-
miento generalizable y renovación disciplinaria, metas de la investigación,
es tarea y talento del profesional. La investigación “en” (y no “con”) per-
sonas, reduce éstas al plano de los animales de laboratorio y las instrumen-
taliza. No quiere decirse que la instrumentalización sea en sí misma mala,
por ubicua y necesaria a veces en la tradición de la medicina paternalista
(beneficencia sin autonomía), pero puede a veces estar en un contexto de
lesión a la dignidad y la autonomía.
Otro tema en el cual el profesor tuvo interés, obviamente por sus estudios
y escritos previos, fue el que laxamente se dejaba entonces englobar bajo
los conceptos, amplios pero impropios, de “conducta no verbal” y “co-
municación no verbal”. Yo llegué al tema por la necesidad de tener una
amplia teoría de la comunicación y armonizar esa dimensión comporta-
mental llamada conducta manifiesta (
overt behavior
) con la investigación
psicofisiológica (fisiología con “sentido” para el sujeto humano) y la con-
ducta encubierta (
covert behavior
), el ámbito de la vivencia, el lenguaje y
la fantasía. Ese tema me llevó a leer y estudiar a los autores más diversos y
con todo el material acumulado, más unas cuantas reflexiones, produje in-
contables páginas de textos algo confusos en inglés y alemán que un buen
día se me ocurrió someter a la consideración del profesor Christian, bási-
camente (y perdónese lo trivial del motivo) para que viera en qué andaba
yo ocupado cuando no me comprometían las rutinas de la institución. El
profesor tomó mi texto y lo guardó en una gaveta de su escritorio, con
lo cual me di por satisfecho, pues mi afán mostrativo había sido recom-
pensado. Mas a los pocos días, Christian me mandó llamar y, teniendo
enfrente mis papeles, mientras miraba por la ventana de su despacho hacia
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