Oriente medio : una eterna encrucijada - page 182

Gilberto Aranda y Luis Palma
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reuniones con el canciller iraquí Tariq Azíz, pero estas últimas fracasaron.
No obstante haberse aprobado 10 resoluciones en el Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas y con casi más de 100 países apoyando dichas resolu-
ciones, Irak persistió en su decisión de no abandonar Kuwait. El 29 de
noviembre, una vez más, el organismo mundial volvió aprobar, bajo el
capítulo VII de la Carta, una nueva resolución la 678, la que exigía a Irak
que diera cumplimiento antes del 15 de enero de 1991, a todas las resolu-
ciones adoptadas con anterioridad. Básicamente era un ultimátum, por-
que si Irak persistía en su actitud desafiante, se emplearía la fuerza para
dar cumplimiento al mandato de Naciones Unidas.
La conducta exhibida por Saddam Hussein excedió toda racionalidad
de un actor político, sus errores de cálculo fueron tremendos y éstos se
sumaron a su incapacidad de evaluar correctamente lo que estaba ocu-
rriendo en la política mundial. La bipolaridad en la geometría del esque-
ma internacional estaba llegando a su fin y con ello se daba término a la
confrontación ideológica que habían sostenido por más de cuarenta años
Washington y Moscú. El colapso de la ex Unión Soviética avanzaba a
pasos agigantados, mientras que Estados Unidos rápidamente aspiraba a
consolidar su rol hegemónico. Ya el 8 de noviembre el gobierno de Esta-
dos Unidos informó a sus aliados, señalándoles que el golfo Pérsico se
estaba agrupando una fuerza de combate, posteriormente los invitó a for-
mar parte de una gran coalición militar.
Quizás lo más importante de este período fue el acuerdo que alcanza-
ron Estados Unidos y la ex Unión Soviética acerca de la resolución que
adoptaría Naciones Unidas la que permitiría, si Saddam Hussein no acce-
día a lo acordado por el Consejo de Seguridad de la
ONU
, la intervención
armada. Durante todo el lapso de la Guerra Fría, el organismo mundial
no había podido intervenir militarmente en los conflictos, porque los cinco
miembros permanentes del Consejo de Seguridad habían hecho uso de su
derecho a veto, paralizando de este modo el accionar de Naciones Unidas.
Por ello era muy importante que en esta oportunidad Moscú no instruyera
a su delegación en Nueva York para que vetara la resolución 678. La
inquietud de Washington era justificada, porque de lo contrario su actuar
no estaría legitimado por el organismo mundial. En noviembre de 1990,
en un encuentro informal que sostuvieron el secretario de Estado James
Baker y el canciller soviético de ese entonces Eduard Shevardnadze, en
el aeropuerto internacional de Moscú, Sheremietevo 2, Baker le pregun-
tó a Shevardnadze, si Moscú se opondría a aprobar la resolución que
permitiría expulsar militarmente a Irak de Kuwait. El canciller soviético
le respondió que Estados Unidos podría contar con la aprobación de su
país, porque la Unión Soviética tenía muchos problemas internos que
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