Oriente medio : una eterna encrucijada - page 176

Gilberto Aranda y Luis Palma
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En 1979 se transformó en Presidente de Irak. El líder Iraquí se convirtió
además en Primer Ministro de su país, comandante de las fuerzas armadas
y secretario general del partido.
Como vimos la llegada al poder de ayatollah Jomeini fue muy distinta.
El líder shií fue uno de los caudillos de las protestas contra el Sha Reza
Phalevi, quien debió exiliarse en 1964. En enero de 1979 una ola de distur-
bios encabezados por el clero shií, culminó con el regreso de Ayatollah y
la destitución de la monarquía. Posteriormente, Jomeini instauró la Repú-
blica Islámica de Irán, pretendiendo aplicar los principios de la Sharía
sobre todos los ámbitos de la vida.
El triunfo de la revolución islámica fue vista como un peligro desde
Irak, país árabe con un fuerte contingente shií de cerca de 60% del total de
su población. Bagdad llegó a pensar en una epidemia revolucionaria como
lo demuestra las purgas del movimiento shií iraquí ordenado por el régi-
men de Hussein. De esta manera, los proyectos encarnados por estos líde-
res fueron eminentemente antagónicos. Mientras Irak se sentía un agente
dinámico del panarabismo, fundado en el secularismo, Irán representó el
compromiso con el panislamismo, verificado en la unidad de todos los
países musulmanes bajo la ley islámica.
A lo anterior se suma la rearticulación del mapa regional a raíz de los
acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, que desvincularon a El
Cairo del liderazgo árabe; el avance soviético en Afganistán y la caída del
régimen del sha Reza Pahlevi en Irán. Dicha situación generó un vacío de
poder en el mundo árabe, el que intentó ser capturado por Bagdad.
El líder iraquí, que trataba de imponer a su país como la nueva poten-
cia regional, percibió una fórmula para asegurarse el liderazgo árabe: el
uso de la fuerza contra un país que juzgó desarticulado por la revolución.
Paralelamente, en el plano internacional estaba el interés de Occidente
por asegurarse el flujo de petróleo a un precio aceptable y la preocupación
por el movimiento islámico en Teherán, lo que se tradujo en el apoyo a
SaddamHussein. La mayoría del mundo árabe lo apoyó, en especial Arabia
Saudita y Kuwait, que junto a Estados Unidos financiaron su aventura
militar. Irán, en cambio, recibió el apoyo de Siria, Libia y Argelia.
Entre los argumentos esgrimidos por el líder iraquí SaddamHussein para
declarar la guerra a Teherán estuvo el litigio histórico que ambos estados
mantenían desde el desmembramiento del Imperio Otomano por el control
del Shatt al Arab. Dicha región, donde confluyen los ríos Tigris y Eufrates,
fue el vértice de complejas negociaciones a partir de 1847. El acuerdo de
1975 consagró la línea del talweg (divisoria de aguas por la máxima profun-
didad) como límite. También se arguyó la ocupación iraní, en 1971, de tres
islas del Estrecho de Ormuz: Abu Mussa, Gran y Pequeña Tomb.
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