20 Investigación en Salud. Dimensión Ética
nacional-socialista, los casos famosos de
Tus-
kegee
,
Willowbrooke
y otros, las decisiones
sobre vida y muerte que posibilitan los nue-
vos avances técnicos (como la diálisis y los
antibióticos), la diversidad cultural en las
prácticas sanitarias y la necesidad de parti-
cipación de las comunidades en construir
y mantener la salud, promueven un movi-
miento de reflexión y justificación de las
prácticas sociales en las comunidades de los
países más adelantados técnicamente.
Para la “eclosión” de la bioética pueden se-
ñalarse varios hechos: la creación del pri-
mer comité de ética asistencial en Seattle,
en 1962; la publicación de diversos libros
inspirados por la teología moral; la genera-
ción del término “bioética” por Potter, al-
rededor de 1970; la creación del
Hastings
Center
y del
Kennedy Institute of Ethics(5)
.
Aisladamente, ninguno fue decisivo. Su
conjunto revela, no obstante, que las con-
diciones sociales hacían esperable la apari-
ción de esta nueva forma de ética aplicada,
que superaba tanto la convencional elabo-
ración filosófica como la clásica deontolo-
gía de las profesiones. Puede denominarse
“emotiva” esta etapa inicial. Está basada en
la emoción y conduce a un movimiento
social con escasa articulación institucional.
La fase de preparación de la emergencia de
la bioética ha sido diferente en cada región
del mundo. Se recurre por convención al
ejemplo estadounidense, talvez porque en
ese país fueron más evidentes las contra-
dicciones, se hizo patente la necesidad de
una guía práctica y, por último, se acuñó la
palabra “bioética” en los años 70. En las
décadas siguientes el significado del térmi-
no sufrió diversas mutaciones, restrictivas
algunas, expansivas otras, lo cual se tradujo
en una etapa “reconstructiva” de tradicio-
nes filosóficas y conceptos científicos.
La tercera fase es de “consolidación”. El dis-
curso bioético se instala en la instituciona-
lidad académica. Se desarrollan cursos, se
fundan revistas, se escriben tratados. Se
perfila un ámbito concreto de aplicaciones
en la investigación científica y en la asis-
tencia sanitaria. Surge la imagen del bioeti-
cista profesional, cuyas competencias con-
sisten en la rigurosidad del análisis, la
capacidad de comprensión tolerante de
otros puntos de vista, la habilidad para ar-
ticular problemas y la capacidad para cola-
borar en la toma de decisiones mediante
principios. Incluso se mercantiliza lo bioé-
tico y se ofrecen sus instituciones sociales
(comités y consultores) como ventajas com-
parativas en el mercado de los servicios asis-
tenciales.
La figura del “bioeticista” amerita una con-
sideración especial. Las competencias que
debe tener quien tome cursos de bioética
se limitarán a un papel algo más modesto
que el de dar respuestas categóricas. Su ta-
rea será la de poner su formación huma-
nística al servicio del análisis de los con-
flictos éticos, iluminándolos como tales,
descubriendo los valores en juego y per-
mitiendo la participación simétrica de to-
dos los afectados en la toma de decisio-
nes. La pericia (
expertise
) del mal llamado
“bioeticista” será más un “saber cómo” que
un “saber qué”. En síntesis, su pericia ha
de ser procedimental, es decir, la identifi-
cación del procedimiento justo para in-
tentar resolver el problema. Esperar otro
tipo de competencias del egresado es sen-
cillamente insensato, porque el discurso
bioético (se ha dicho hasta el cansancio)
es un discurso
sui generis
, un saber de los
intersticios que dejan entre sí diversas dis-
ciplinas, un discurso transdisciplinario.
Nadie puede arrogarse ser el dueño de se-
mejante empresa
(6)
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