El Paracaidas - N°3 2014 - page 12

REVOLUCIÓN Y EDUCACIÓN
Las Normales Rurales, como la de Ayotzinapa, son las únicas
escuelas a las que estudiantes como los desaparecidos pueden
realmente asistir. En estas escuelas secundarias los jóvenes
aprenden todo lo que tiene que ver con agricultura y ganade-
ría, y se los capacita para enseñar las primeras letras a sus se-
mejantes. Estas escuelas normales fueron en un momento de
la historia la columna vertebral del sistema educativo mexi-
cano. En 1920 el filósofo y político José Vasconcelos asumió
la rectoría de la Universidad Nacional, la actual UNAM, y la
puso “al servicio del pueblo”. Desde allí formó la Secretaría
de Educación Pública (ministerio de Educación), una vez fi-
nalizada la parte más álgida de la guerra civil (1910-1920)
que significó la Revolución Mexicana. Entonces más del 80
por ciento de la población era campesina e indígena y, por lo
tanto, analfabeta.
En julio de 1922 Vasconcelos invitó a México a Gabriela
Mistral para que le ayudara a formar el sistema educativo y
en particular, las Misiones Culturales. Estas misiones eran
escuelas ambulantes dirigidas hacia tres actores sociales: ha-
cia los profesores rurales, para capacitarlos en los avances
educativos de la época; hacia los campesinos, para enseñarles
formas de cultivo más modernas y un mejor aprovechamien-
to de los recursos naturales; y a sus hijos, para enseñarles en
las primeras letras. Estas “misiones modernas” estaban ins-
piradas en los misioneros católicos que habían evangelizado
México durante la colonia. Pero ideológicamente se basaban
en las enseñanzas del escritor ruso León Tolstoi quien, hacia
1850, en su hacienda de Yasnaia Poliana implementó una es-
cuela rural experimental dirigida a los siervos y campesinos
de su propiedad feudal. También se inspiraban en las ense-
ñanzas del reformador religioso indio Swamy Vivekananda,
un profeta errante, y del poeta e intelectual bengalí Rabindra-
nath Tagore; éste en su escuela de Santiniketan rompió con
las inamovibles estructuras jerárquicas de la sociedad india
dividida en castas. Todos buscaban finalizar con los rígidos
moldes escolares del siglo XIX, manifestaban un profundo
amor a la tierra y la naturaleza, escribieron sus propios libros
de texto e incorporaron nuevas técnicas a la pedagogía. Por
ello hacían clases al aire libre y de preferencia, bajo un árbol.
Mistral y Vasconcelos recogieron ese legado lejano. La poeti-
sa ayudó a redactar la ley que dio vida a las Misiones y luego
se involucró directamente y recorrió la montaña y el campo
mexicano, en tren, aeroplano, carreta, a lomo de mula o a pie,
para enseñar a campesinos e indígenas. Estas experiencias,
como las campañas de alfabetización, y la nueva ideología
educativa con que se reformó las antiguas “escuelas rudimen-
tarias”, surgieron las Normales Rurales, escuelas destinadas al
mundo campesino que enseñaban tanto a manejar el arado
como el libro.
Los profesores normalistas enfrentaron innumerables pro-
blemas como la oposición de hacendados y caudillos locales,
la Iglesia Católica y los grupos que se negaban a dejar las
armas. Fueron, por muchos años, la única vía que tenían los
campesinos para salir de la pobreza y la marginalidad. Ser
maestro normalista en el campo mexicano siempre fue una
profesión de alto riesgo. Durante la “Guerra cristera” –una
guerra contrarrevolucionaria, promovida por la Iglesia Ca-
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