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anteriores, en el que el deber de la beneficencia adquiere una fisonomía
tan difusa que se le puede confundir con la propia maleficencia. Clara-
mente, la futilidad de algunas prácticas e intervenciones médicas, así como
el riesgo de ensañamiento asociado a la extensión irrestricta del deber pro-
fesional, abren la perspectiva de una cuestión de suyo dilemática como es
la eutanasia. Y dilemática porque no se trata de un problema cualquiera
(ningún dilema no lo es). Un dilema es un cierto tipo de problema que
aun cuando pueda alcanzar eventualmente un punto de resolución, conti-
núa generando incomodidades, expectativas, ya que sus soluciones no son
sino transitorias e imperfectas
(2)
. Este carácter aporético de todo dilema
hace que su solución resulte inalcanzable para la racionalidad instrumental
y que cualquier intento de respuesta que se sitúe más allá o más acá de una
reflexión de fundamentos, de una reflexión auténticamente filosófica, sea
irremediablemente vano y estéril. Es el caso de la eutanasia.
Sabemos que en determinadas circunstancias parece preferible y razonable
no apropiarse de nada (eso sería la muerte), que verse obligado a asu-
mir como propio un modo de vida que se considera humillante, indigno
e inhumano. Es justamente esta certeza la que ha venido promoviendo,
paulatinamente a partir del siglo anterior, la generación de movimientos
y perspectivas que exigen respeto a la decisión autónoma de los pacientes
terminales, que aspiran a que su voluntad quede plasmada y legitimada en
diversos documentos –testamentos vitales, autorizaciones judiciales, di-
rectivas anticipadas de no reanimación–, que avalen el “derecho humano”
de morir dignamente o de vivir del modo más digno los últimos momen-
tos de la propia vida; es decir, a disponer del propio cuerpo, hasta en las
postrimerías de la existencia, escapando con ello a las diversas formas de
aherrojamientos que sobre él se han dejado caer a lo largo de la historia de
la humanidad. Ya suficientes páginas se han escrito respecto de este tema
en las últimas décadas, siendo autores como Foucault o Agamben quienes
mejor han puesto en evidencia la tragedia de una corporalidad sometida al
poder, el oscurecimiento de la vida desnuda cuando ésta es gubernamen-
talizada. La tesis biopolítica foucaultiana, radicalizada posteriormente por
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