INTRODUCCIN
XXIII
Se necesitaba
cierto
arrojo
para
sustentar esta
opinin,
apenas disipado
el
humo
clel
combate,
cuando
aun
es
taban
a
la
vista
los
estragos
de
una
guerra
de
mas
de
veinte
aos.
En
muchas
partes,
contristaban
el nimo
los campos
desolados
i
los
escombros
de
poblaciones
i
casas
destrui
das
en una
lucha
encarnizada.
Aun
quedaban
viudas, hurfanos,
mendigos
e
invlidos
que
deban
sus
desgracias
a
las
armas
espaolas.
El
20
de febrero ele
1835,
decia
el redactor de
El
Araucano
en
el nmero
232
de
este
peridico:
Por
las ltimas
noticias
de
Europa
i
por las
comuni
caciones
particulares
que
han
llegado
a
nuestras manos,
no
vemos
que
el
reconocimiento
de
la
independencia
sur-
americana,
anunciado
como uno
de los
primeros
asuntos
en
que iban
a
ocuparse
los
sucesores
de
Cea
Bermdez,
haya
dado
en
Madrid
un
solo
paso
durante la
nueva
ad
ministracin.
En
los
debates de
las
cortes
a
que
han
dado
motivo
los apuros de
la
hacienda
pblica,
no
han
faltado
miem
bros
que
se
hayan
acordado de las
antiguas
colonias
americanas,
proponiendo
que
se
les
acljudicpue
una
cuota
proporcionada
de la deuda
espaola,
i
que,
si
los
gobier
nos
de
Inglaterra
i
de
Francia
deseaban
que
se
pagase
a
sus
subditos,
interpusiesen
su
influjo
para llevar
a
efecto
este
repartimiento.
Los
ministros
de
la
reina
go
bernadora,
procediendo
con
la
reserva
misteriosa
cpue
han
adoptado
desde el
principio
en
todo lo
relativo
a
la
Amrica,
o se
han
abstenido de
contestar
a
estas
indica
ciones
o
solo
han
dado
respuestas
evasivas.
La
conducta de los
ministros
espiaoles
nos
ha
parecido
tiempo
hace,
mui
poco
propia
para
inspirar
confianza.
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