que dicen los ranking o las propuestas del acuerdo
europeo. Muchas veces incluso se salta la más ele-
mental lógica y se aboga por una privatización de
las universidades porque las mejores universidades
del mundo son privadas; o se rechaza toda partici-
pación de la comunidad universitaria en la elección
de autoridades señalando que aquellas buenas mun-
dialmente no tienen esas prácticas, sin reparar en
que no hay ninguna relación causal en ello y que
también hay malas universidades que son privadas y
no eligen autoridades. Se busca la adecuación a fina-
lidades que ni siquiera se han discutido y se perfec-
cionan esas medidas de productividad universitaria
bajo la amenaza de caer en los ranking, sin conside-
rar las condiciones de la región ni los objetivos que
se proponen.
No es que una universidad en América Latina deje de
ser una universidad para transformarse en otra cosa,
sino que esa universidad se piense en América Latina,
en su contexto y en sus proyectos. A veces incluso pa-
rece conveniente recordar que en América Latina no
hubo Edad Media, ni tampoco es una gran potencia
que constituya un poderoso imán de atracción para la
fuga de cerebros de todos los continentes, ni están aquí
los países con mejor distribución del ingreso, ni consti-
tuye el centro del diálogo de intelectuales, científicos y
artistas. Eso no libera a la universidad latinoamericana
de la obligación de tratar de ser la mejor, pero en sus
sociedades, con sus problemas y sus proyectos.
Me reconozco ignorante y sé que eso no es ningún
mérito, pero, más allá de los estudios históricos so-
bre las universidades de la región, no encuentro en la
actualidad una preocupación por definir qué es una
universidad en América Latina y para qué queremos
esa universidad. Y naturalmente estoy hablando de
universidades públicas, las que son de todos, las que
responden a un proyecto social nacional, de lo cual
las privadas están privadas, cualesquiera que sean sus
nobles o mezquinos propósitos.
En América Latina tenemos ya una larga historia de
experiencias universitarias y, más que la irrupción
de las instituciones privadas, lo que más sorprende
es que las universidades públicas hayan sobrevivido
y no sólo sobrevivido. Esta sobrevivencia de las uni-
versidades públicas en la región no es sólo mérito de
las propias universidades, es sobre todo mérito de
las sociedades en que ellas se insertan, de sus fuerzas
sociales y de su acción política. Las sociedades de
América Latina son sociedades de América Latina y
las universidades de América Latina son universida-
des de América Latina. Eso no es ningún descubri-
miento, pero no siempre el ser en sí se transforma en
ser para sí y pareciera que a veces América Latina no
tiene conciencia de serlo.
Para tener voluntad hay que empezar por tener
conciencia. Es lo que permite dejar de ser decidi-
dos por otros para, a partir de la propia identidad,
decidir sus proyectos. Las universidades no son ni
pueden ser ajenas a sus sociedades. ¿Qué quiere y
puede hacer la universidad por su sociedad? ¿Qué
quiere y puede hacer la sociedad por su universi-
dad? Cualquiera podría seguir imaginando pre-
guntas que apuntaran a establecer lo que serían los
objetivos de nuestra universidad y, a partir de ahí,
diseñar los mecanismos que nos parezcan adecua-
dos. Eso tiene que ver con la voluntad. No se trata
de creerse marciano y no tener nada que ver con
esta globalizada Tierra, se trata de tener identidad
y desde ahí entrar en ella.
La universidad no es el lugar privilegiado de la vo-
luntad, sino el lugar privilegiado de la razón, pero
la razón sin voluntad no tiene dirección posible, no
tiene objetivo y se disuelve en el aire. La universidad
en América Latina necesita autonomía, entendido
esto en su significación más estricta, porque autono-
mía significa facultad para dictar sus normas, para
establecer soberanamente las pautas de acción que
corresponden a su propia definición de valores y
principios. Tal vez los valores y normas que las uni-
versidades latinoamericanas definan como propios
sean los mismos que proclaman los ranking interna-
cionales y las declaraciones de las universidades de
países hegemónicos. Tal vez no.
“No encuentro en la actualidad una preocupación por definir qué es
una universidad en América Latina y para qué queremos esa universidad. Y
naturalmente estoy hablando de universidades públicas, las que son de todos,
las que responden a un proyecto social nacional, de lo cual las privadas están
privadas, cualesquiera que sean sus nobles o mezquinos propósitos”.
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P.P. / Nº1 2016 / Dossier