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En estas circunstancias, referirse a América Lati-

na y, más específicamente, a las universidades de

América Latina, parecería un anacronismo imper-

donable. Pero, ¡sorpresas te da la vida!, después

de las veleidades de una política adecentándose

en la década de los ‘80 para ponerse a

tono democrático con los países serios,

y de reformas económicas encaminadas

a un capitalismo de verdad, el panorama

actual vuelve a mostrar los devaneos de

una política de estilo propio, poco glo-

balizada, que tiene que tratar con una

economía dependiente que sigue ligada a

la exportación de materias primas y a sus

vaivenes. Al parecer América Latina no

estaba bien enterrada. Sirva esto como

justificación para volver a usar la ex-

presión América Latina y hacer algunas

consideraciones sobre sus universidades.

¿Por qué preocuparse de las universidades

en América Latina si las buenas están en

Europa y Estados Unidos?, pregunta el

experto y se sonríe inteligentemente (aun-

que en realidad los expertos no sonríen y

sobre la inteligencia prefiero callar pia-

dosamente). Se me cayeron los dedos del

teclado y me costó volver a encontrarlos;

las neuronas no pude encontrarlas nunca

más. Sólo me queda pedir clemencia, am-

parándome en la teoría de la relatividad.

Desde que Nietzsche extendió el certifica-

do de defunción de Dios, las cosas se han

puesto más difíciles. Ya no hay a quién

recurrir para que defina sin mayor discu-

sión lo que es bueno y lo que es malo, de manera

que cada cual trata de desplegar los mejores recursos

para afirmar que es bueno lo que le parece bueno y

malo lo que le parece malo. Casualmente, esto suele

estar contaminado con el interés personal o corpo-

rativo, de manera que se argumenta la bondad de

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P.P. / Nº1 2016 / Dossier