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La universidad lleva al menos 250 años intentan-

do representarse como la encarnación de la razón,

verdad, conciencia crítica, deliberación, entre otros

calificativos similares.

Como dijo Dérrida: “que yo sepa, jamás se ha fundado

un proyecto de universidad en contra de la razón; se

puede, consiguientemente, pensar que la razón de ser

de la universidad siempre fue la razón, así como una

cierta relación especial de la razón del ser”. La idea de

que la universidad debería ser una institución de in-

vestigación y conocimiento se expandió rápidamente a

diversas naciones. Para Ortega y Gasset, en tanto, la ta-

rea es educar al hombre medio, aquel que adquiere las

habilidades para el desempeño de condiciones especia-

lizadas, pero que al mismo tiempo es un hombre culto.

Una tercera dimensión sobre el papel de la universidad

tiene que ver con su función en la sociedad. Es decir,

la universidad debe asumir la responsabilidad de ser la

conciencia intelectual de sus estudiantes. Esta mirada

ha sido muy influyente en América Latina.

Ahora, en un mundo poblado de instituciones diver-

sas y heterogéneas, cabe preguntarse, entonces, si hay

una idea que las funde, justifique o incluya a todas. O

quizás habrá que aceptar con Habermas que “las orga-

nizaciones universitarias ya no materializan una idea”.

La expansión de la matrícula

Tal vez el más notable de los fenómenos del sistema uni-

versitario después de la II Guerra Mundial sea el aumen-

to de la matrícula, pero también la expansión del gasto

público en Educación Superior en términos proporcio-

nales. En los países desarrollados pasó de cifras en torno

al 0,4 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) hacia

mediados de los años ‘50, a aproximadamente el doble

en 20 años y al triple tres décadas después.

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Dossier / Nº1 2016 / P.P.