mantiene el remedo aristocrático que intentaba la
oligarquía criolla.
Ya entrado el siglo XX, Revolución Mexicana y Refor-
ma de Córdoba de 1918 mediante, las universidades
latinoamericanas se mirarán a sí mismas e intentarán
definirse de acuerdo a razonamientos y voluntad pro-
pios. Es el momento en que algunos llegan a hablar de
un modelo latinoamericano, aunque inserta saldos y
retazos del modelo napoleónico y del humboldtiano.
Por cierto, esto no ocurre
en el vacío; hay un con-
texto latinoamericano de
transformación económi-
ca, social y política que
está en esas modificacio-
nes universitarias. Esto
explica la rápida y extensa
propagación de las ideas
planteadas en la reforma
cordobesa (autonomía,
participación, gratuidad,
función social) en toda
América Latina, que será
señalada como unidad de
referencia. Se desarrolla-
rán las grandes universi-
dades públicas en la región, como la UNAM en Mé-
xico, la Universidad de Buenos Aires, la Universidad
de la República en Uruguay, la Universidad de Chile,
las universidades federales y estaduales en Brasil, para
nombrar sólo algunas y sin olvidar que el desarrollo de
las universidades públicas de carácter nacional se da en
toda la región.
Pero como la historia es dura de matar, sigue co-
rriendo y acumulando problemas. En América Lati-
na estalla la crisis de los ‘60, sobreviene un tsunami
dictatorial y cuando se calman las olas se contempla
otro paisaje económico, social, político y, como co-
rresponde, también universitario. Es el panorama
que todavía tenemos, pero que se sigue moviendo,
por impulso nuestro o de los otros.
No constituye ninguna sorpresa, pero es necesario
considerarlo, que en los últimos años se ha produ-
versidades católicas. Estos dos tipos de universida-
des en la actualidad están soportando la arremetida
de las nuevas universidades de inspiración diversa:
algunas formadoras de elites entre los que no es-
tán dispuestos a mezclarse con los aspiracionales,
otras pródigas con los vulnerables que no les da
para entrar a una con más pergaminos, pero sí para
conseguir un préstamo. Incluso las hay que simple-
mente ven una oportunidad de negocio... y de dar
trabajo, por supuesto.
Las universidades coloniales naturalmente no son
decididas por sí mismas sino decididas por los
dominantes, que mal que mal se habían dado el
trabajo de conquistadores; la corona y el papado
definirán las universidades que quieren y el para
qué las quieren. A comienzos del siglo XIX el re-
sentimiento criollo logra expulsar a los peninsula-
res y adapta las universidades a lo que le parece
adecuado en esos primeros tiempos en que había
que constituir una nación a toda prisa. Para ello
mira hacia el faro luminoso de la Ilustración, que
en aquellos tiempos definía lo bueno, imponiendo
el modelo napoleónico de universidad, orientado
a la preparación de los profesionales que la nación
requiere. De aquí también nos queda algo, como
es la importancia e independencia que adquirirán
las escuelas con respecto a las universidades que las
cobijan y esa tendencia profesionalizante que se irá
profundizando con el paso de los años, pero que
“Muchas veces incluso se salta la más elemental lógica
y se aboga por una privatización de las universidades porque
las mejores universidades del mundo son privadas; o se
rechaza toda participación de la comunidad universitaria en
la elección de autoridades señalando que aquellas buenas
mundialmente no tienen esas prácticas, sin reparar en que no
hay ninguna relación causal en ello y que también hay malas
universidades que son privadas y no eligen autoridades”.
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P.P. / Nº1 2016 / Dossier