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vuelve también el testimonio de una verdadera resistencia, aun cuando

el desenlace de la tragedia nos enfrente a la verdad de hombres y muje-

res que se resisten a aceptar que otros, tal vez nosotros mismos, hayamos

podido consumar tan trágico destino. Con

Las brutas

, otra complici-

dad, fraterna y femenina, nos permite ver cómo se anuda la humanidad

de tres mujeres de seca cordillera con el paisaje pétreo y la verdad animal

de un continente extremo y profundo. El deseo no deja de estar presen-

te en este espacio elemental, aun cuando no tenga más destino que el

sacrificio, sin más testigos que el cielo y las montañas de Chile.

Por cierto que el teatro de Juan Radrigán es un teatro político. ¿Qué

verdadera dramaturgia no es política si consideramos que habla del

tiempo que nos ha tocado vivir? Son múltiples sus referencias al poder

inhumano que nuestro tiempo ha conocido tanto: la dictadura, las des-

apariciones, la pobreza, la banalidad arrogante y cruel de los personajes

insanos que pueblan este continente-Chile. Pero no es político si vié-

ramos únicamente en la política la básica violencia de los intereses sin

valor ni cultura. Más que representar, Radrigán presenta simplemente

–y en esa violenta simplicidad recae su escritura valiente– el valor de las

vidas que se resisten a caer en el juego de las oscuras componendas y

del cálculo duro y cruel. Pienso que Radrigán no ha querido demostrar

ni proclamar nada. Sólo –y es mucho– mostrar que la voz puede ser

poesía, pero también grito y resistencia.

Tal vez los hombres y mujeres que Radrigán pone en escena son políti-

cos en la medida que sostienen una palabra clara, enfrentada desde su

cotidiana resistencia al poder en un mundo y una época cruel. Su habla

franca inscribe para nosotros y para ellos mismos la fuerza de una ética

sin pretensión de moralizar ni victimizar nada. La ética simple y decisi-

va de decir lo que hay que decir, en un mundo que tiende a silenciar la

vida para destacar la banal arrogancia del poder.

Actores, actrices, directores, dramaturgos y diseñadores podrán hacer

testimonio mejor que yo de esta obra y su transmisión. Por mi parte,

sólo he querido dejar un breve homenaje desde la Universidad de Chile

a un hombre infaltable.

Preparando estas notas insuficientes –porque mi conocimiento de Juan

Radrigán se reduce a la admiración de su obra– pregunté a dos ami-

gos que lo conocieron bien, porque dirigieron piezas suyas, actuaron

en ellas y además fueron docentes de Teatro en nuestra Universidad,

qué ha quedado para ellos de su cercanía a este creador infatigable.

Alfredo Castro y Rodrigo Pérez compartieron lo que yo puedo imagi-

nar sin haberlo vivido directamente: Radrigán fue un hombre valiente,

aun haciendo testimonio de la falta de coraje que abunda en nuestro

mundo, cercano no sólo a las voces populares, sino a todos aquellos

que compartieron su feliz aventura en el teatro chileno. Ambos hacen

testimonio del testimonio que Juan Radrigán hizo de un Chile donde

convive la crueldad y la exclusión con las voces de un pueblo y de un

teatro vivo, aún.

Si hay tantos que lloraron su partida es tal vez porque se va con él la

posibilidad de encontrar en un creador la voz que, para muchos de

nosotros, dice lo que no podemos decir.

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P.P. / Nº3 2016