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los costos de forma significativa, permitiendo prescindir de

los procesos fotoquímicos de alta complejidad y de los pro-

tocolos del material sensible que ralentizaban los rodajes, al

mismo tiempo que el aumento de la masa crítica de técnicos

y artistas del cine generó un interés por la realización de éste,

ya sea como vocación alternativa a los trabajos audiovisuales

más tradicionales, como la televisión y la publicidad, o como

actividad principal en el caso de las empresas productoras in-

dependientes que se formaron durante los últimos 15 años,

compañías que comenzarían a demandar del Estado cada vez

más incentivos y apoyo en la financiación del cine local.

La explicación material, sin embargo, no es suficiente para

explicar lo que está sucediendo con el cine chileno actual.

¿Fueron estas innovaciones tecnológicas lo que cambió el pa-

radigma de la producción local? La respuesta es sí y no. Sí,

porque sin esos cambios la posibilidad de que producciones

independientes pudieran ver la luz y encontrar un circuito de

exhibición hubiesen sido nulas. Y no, porque las rutas hetero-

géneas que ha recorrido la producción nacional tras este cam-

bio tecnológico han sido impredecibles y, de alguna manera, la

razón de su éxito.

La calidad que conquistó al público

Me atrevería a señalar que realmente lo que ha permitido vi-

sibilizar al cine chileno en el horizonte internacional, y lo

que le ha permitido existir y ser significativo también en el

horizonte local, es su calidad artística. Las gestiones de una

agencia como CinemaChile, iniciativa privada de los produc-

tores de cine orientada a promocionar el cine chileno en el

mundo, en coordinación con ProChile, no tendrían sentido

si no existiera un algo que promover.

Gracias al trabajo de investigadores como Carolina Urru-

tia, que publicó

Un cine centrífugo

(Editorial Cuarto Propio,

2013), podemos identificar ciertas categorías para describir

la heterogeneidad del cine chileno actual a partir de sus deci-

siones estéticas, basándose en teóricos como Gilles Deleuze

o Jacques Rancière, el primero a partir de sus estudios so-

bre cine moderno y el segundo como punto de partida para

entender una relación entre estética y política que estuviese

alojada por fuera de la narración y el discurso logocéntrico

o, dicho en otras palabras, una posibilidad de ligar cine y

política que no pase por el “mensaje”.

Siguiendo al trasandino Gonzalo Aguilar y su reflexión so-

bre el nuevo cine argentino, y su relación con el cine de los

‘80 y ‘90, podemos extrapolar su análisis al caso chileno y

observar que lo primero que podemos decir del cine con-

temporáneo local es lo que no es. Y lo que no es, es ese

cine noventero, discursivo, narrativamente convencional,

de grandes producciones que contaban grandes historias,

un cine con tintes políticos, un cine que comentaba la rea-

lidad a través de guiños, de mundos retratados, un cine que

apelaba a un sentido de identidad, con personajes tan cons-

cientes de la realidad que incluso el director podía hablar

a través de ellos y entregarnos un punto de vista sobre el

mundo, sobre el

statu quo

de las cosas.

Una de las máximas de este cine de los ‘90 es contar una bue-

na historia, mantener un relato trepidante y al mismo tiempo

ofrecer un punto de vista, un mensaje, a través de la identifi-

cación del espectador con la historia o con los personajes: el

cineasta asume un compromiso social con la historia, pero no

critica la estructura aristotélica ni los códigos de verosimilitud

imperantes en la industria. Estas constantes del cine chileno

de transición también están relacionadas con la producción:

la magnitud de las películas chilenas de los ‘90 obligaba a rea-

lizar filmes que pudieran conectar con el público, con actores

conocidos y apelando a géneros populares, como la acción

(pistolas, asaltos, delincuencia, violencia) o el erotismo, no

entendido como un lugar de subversión, sino como punto de

entrada o gancho comercial para una historia.

Cine chileno hoy: un filtro para mirar

el pasado y pensar el futuro

El cine chileno actual se desapega de estas lógicas, y curio-

samente es en ese minuto cuando se comienzan a rescatar a

autores independientes, que se mantuvieron al margen del

código hegemónico: Cristián Sánchez, Juan Vicente Araya,

Raúl Ruiz; o generando lecturas más poéticas de autores

mainstream

como Gonzalo Justiniano o Ricardo Larraín.

“Me atrevería a señalar

que realmente lo que ha permitido

visibilizar al cine chileno en el horizonte internacional, y lo

que le ha permitido existir y ser significativo también en el

horizonte local, es su calidad artística”.

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P.P. / Nº3 2016