Respondiendo a la pregunta inicial que
motiva el texto, esta multiplicidad estruc-
tural del nuevo cine chileno abre nuevos
tópicos y nuevas perspectivas que no po-
drían haber tenido lugar en las películas
del período de transición. La ciudad se
impone como algo completamente nuevo
y desconocido en películas como
Play
(Ali-
cia Scherson, 2005) o
Mami te amo
(Elisa
Eliash, 2008), dos cintas dirigidas por rea-
lizadoras mujeres, algo que también viene
a irrumpir de manera novedosa en una
industria principalmente dominada por
el género masculino. Al mismo tiempo, el
paisaje natural vuelve a reaparecer con una
fuerza completamente inconmensurable
con respecto a la historia y al relato, de-
jando de poseer una funcionalidad o “sig-
nificado”, lo que se puede ver claramente
en
Verano
(José Luis Torres Leiva, 2011)
o
Manuel de Ribera
(Cristopher Murray y
Pablo Carrera, 2009). La tecnología permi-
te nuevos modos de producción, como el
de
La sagrada familia
(Sebastián Lelio,
2006) o
Te creí la más linda, pero erí
la más puta
(José Manuel Sandoval,
2009), películas que permiten el
ingreso de la improvisación,
dándole rienda suelta al traba-
jo actoral y a la cámara. Casi
a la inversa, la libertad
con respecto al conflicto
central también puede
leerse desde la vere-
da opuesta, la de la
estilización controlada de Cristián Jiménez
en
Ilusiones ópticas
(2009) y
Bonsái
(2011)
o
La vida me mata
(Sebastián Silva, 2007),
que además proponen un humor visual y
narrativo inédito en el panorama local has-
ta ese minuto.
La segunda generación de cineastas de este
periodo, en la cual me incluyo, ha segui-
do por estos senderos y, en varios casos,
ha abierto nuevas vías que comulgan con
la multiplicidad, concepto que hemos in-
tentado instalar en este breve artículo y
que creo que puede ser útil a la hora de
aproximarse a estas películas. Por ejemplo,
la innegable filiación de mi película
Las
Plantas
(2016) con las tres cintas de Alicia
Scherson, sobre todo con
El futuro
(2013),
demuestra que las cintas actuales pueden
leerse “en clave de”, algo impensable diez
años atrás.
De alguna manera, y a pesar de la he-
terogeneidad y diversidad apabullante
del nuevo cine chileno, se sedimen-
ta una percepción de corpus, y no
sólo desde la academia, sino que
también desde la prensa, la crí-
tica y el público. Entender
este cuerpo, sin centro de
gravedad y sin programa
estructural, es quizás
lo más excitante de
nuestro sector hoy
por hoy.
“Si tuviésemos
que atender
la relación entre historia y
relato, claramente diríamos que el
cine chileno actual está del lado del relato,
del modo en que una historia toma forma a
través de las imágenes. Autor e historia, que antes
eran completamente centrales para vehiculizar ideas y
puntos de vista, hoy son sólo un producto del relato mismo”
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P.P. / Nº3 2016