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Ni siquiera la democracia pudo destruir los cimientos

que había plantado Pinochet en Educación Superior. El

financiamiento a los planteles estatales se haría, en los

‘90, cada vez más exiguo, lo que les impedía aumentar

la matrícula, una medida que no tenía sintonía con el

clamor nacional, que pedía mejorar el acceso de todos

los sectores a la Educación Superior (es más: hasta el

día de hoy, 40% de quienes postulan a las universidades

estatales quedan fuera por falta de cupos). Así fue como

las autoridades de la época llegaron a un acuerdo con

los privados para que ellos aumentaran sus matrículas y

absorbieran la nueva necesidad de educación de las fa-

milias chilenas. De este modo se trazó un nuevo mapa,

que hizo que en los últimos cinco años la matrícula de

pregrado aumentara apenas en 5,6 por ciento en las es-

tatales, a la vez que lo hacía en 12 por ciento y 17 por

ciento, respectivamente, en las particulares del Cruch y

las privadas creadas después del ‘81.

Esta nueva forma de concebir la educación tomó tal

fuerza, que Chile se convirtió en uno de los países con

mayor nivel de inversión privada en Educación Tercia-

ria al compararse con sus pares de la OCDE. Según el

informe Education at a Glance del año 2014, el 75 por

ciento del gasto en esta área proviene de las familias.

Más de tres décadas habían pasado desde que la re-

forma del ‘81 abriera la puerta al mercado, y cam-

biar esta forma de financiamiento parecía casi im-

posible. Pero no todo estaba perdido. Los primeros

ruidos llegaron el 2011, con un movimiento es-

tudiantil que paralizó a los planteles durante me-

ses con una sola exigencia: fin al lucro y una refor-

ma estructural del sistema de Educación Superior.

Esta sería una de las principales consignas que recogería

la campaña presidencial al segundo mandato de Miche-

lle Bachelet, quien fue la primera en apostar más clara-

mente por desterrar una parte de la herencia de la dic-

tadura. El primer intento fue el inicio de la gratuidad,

que partió a principios de este año y que benefició a 30

universidades y al 50 por ciento de sus alumnos más

vulnerables. El último, un proyecto de ley de Educación

Superior que no concita apoyo en el mundo estatal.

Qué esperan las estatales

El inicio de la gratuidad en el sistema no estuvo libre

de problemas. Al fallo del Tribunal Constitucional –

que obligó a considerar a universi-

dades fuera del Cruch, como la U.

Diego Portales, por ejemplo– se su-

maron una seguidilla de errores a la

hora de entregar información sobre

los estudiantes beneficiados con el

nuevo esquema.

Según la investigadora del Centro

de Investigación Avanzada en Edu-

cación (CIAE) y experta en educa-

ción superior, Carolina Guzmán,

todos estos problemas se produjeron

porque el Gobierno trató de “cam-

biar de un día para otro una forma

de concebir y planificar la educa-

ción bajo un modelo de educación

de mercado”. Para la experta, “antes

de implementar medidas concretas

y desarticuladas, se debió pensar en

un proyecto educativo con objetivos

estratégicos que permitiesen pensar

en un sistema inclusivo, menos es-

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P.P. / Nº1 2016