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ser tal y se adscribe a proyectos particulares que no pue-

den reclamar para sí la agencia de una función pública.

Las desventajas que fija

la política pública

Corresponde preguntarse sobre el rol y desafíos que se

propone servir la universidad al desarrollo del país y es-

pecialmente de su región, pero antes cabe preguntarse

por las condiciones en que estas universidades deben lle-

var a cabo sus actividades.

Las mismas inequidades, ya conocidas por todos, entre

Santiago y regiones, se reproducen entre las universida-

des y sus comunidades académicas, las que a su vez debi-

litan la calidad de las capacidades científicas y profesio-

nales en regiones y favorecen procesos de concentración

territorial. Las universidades regionales no disponen de

recursos para conformar sólidos planteles de investigado-

res que les permitan impactar de modo más pertinente

en los desafíos territoriales. Asimismo, el mayor costo de

vida familiar y menor oferta de servicios dificulta retener

y atraer académicos que ayuden a ofrecer similares nive-

les de calidad en todas las regiones.

Por otra parte, el financiamiento vía

“voucher”

de la do-

cencia de pregrado como política para todo el sistema

de Educación Superior, sin hacer discriminación o matiz

alguno, facilita la emigración de estudiantes talentosos a

la capital. La estructura del financiamiento público a las

universidades no considera los mayores costos relativos

que tiene la docencia en regiones, dificultando ofrecer si-

milares niveles de calidad a lo largo del país. El cálculo de

aranceles de referencia se basa preferentemente en indi-

cadores de productividad científica o desde expectativas

remuneratorias, y no considera la condición socioeconó-

mica de los estudiantes. No incorpora el mayor costo de

vida en regiones, ni la distorsión de incluir ingresos no-

minales y no reales en aquellas con fuerte actividad mi-

nera como Antofagasta, Atacama y otras. La asignación

de gratuidad cubre sólo la duración formal de la carrera,

castigando a estudiantes que de acuerdo a la estadística

tardarán en su mayoría dos años más en titularse. Esto

se produce con mayor evidencia en las regiones por las

mismas razones ya señaladas, que dicen relación con la

formación que el sistema escolar entrega a medida que

nos alejamos de los mayores centros urbanos del país.

En definitiva, las políticas públicas no compensan el

aporte de las universidades a la descentralización del país

ni a la integración de grupos socio-territoriales margi-

nados de los procesos de desarrollo. Las universidades

en regiones con menor población tienen cursos con baja

matrícula que derivan en mayores costos unitarios por

estudiante y, en general, en menores economías de es-

cala. Las universidades apoyan las políticas públicas de

inclusión, promoviendo el ingreso de estudiantes de ori-

gen campesino, indígena o áreas de rezago social, lo que

implica diseñar e implementar iniciativas adecuadas a

esos grupos sociales y territorios.

La igualdad de trato que discrimina

Luego de ese diagnóstico, es del todo necesario pregun-

tarse si las universidades regionales están en condiciones

de acometer estas tareas. Básicamente, desde el punto de

vista de la institucionalidad no encontramos regulación

alguna que beneficie o que distinga a estas universidades

de sus pares metropolitanas. La única diferencia para la

legislación y para el Estado y sus políticas públicas es que

se hallan ubicadas en regiones.

A partir del imaginario mercantil o economicista domi-

nante, que concibe a todos los individuos en las mismas

condiciones y sólo diferenciados por la elección racio-

nal que hagan o la disposición a pagar, las instituciones

universitarias son tratadas como si fueran todas igua-

les, como si se desempeñaran en los mismos ambientes

económicos, condiciones de mercado, concentraciones

urbanas u otras simetrías relevantes. La legislación y las

políticas públicas del sector establecen una institucio-

nalidad sobre universidades que hace abstracción de las

particularidades, limitaciones y necesidades que tienen,

atendiendo a los territorios y las comunidades en que

están inmersas las universidades regionales.

Por todo lo anterior, resulta indispensable reconocer la

necesidad imperiosa de avanzar en el establecimiento ex-

plícito de una política de Estado de cohesión y desarrollo

regional del talento, con sus respectivos instrumentos y

recursos, para generar mejores oportunidades en todos

los territorios. Esta política de Estado debería asimis-

mo ampliar los distintos instrumentos para promover la

atracción y retención de capacidades técnicas, profesio-

nales y científicas ligadas a los ejes de desarrollo regional.

En definitiva, se requiere de un cambio en los indicado-

res para asignar los recursos del Estado a las instituciones

universitarias regionales, especialmente en las de carácter

estatal de zonas extremas, pues de no hacerlo, una vez

más se perderá una oportunidad clave para que la Edu-

cación Superior contribuya de manera más pertinente y

eficaz al desarrollo nacional y regional.

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Nº1 2016 / P.P.