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razones: por temor a la represalia del joven y porque vivíamos en dictadu-
ra, y sentía temor de acercarme a la comisaría. Las personas no nativas en
regiones de fronteras éramos blanco de todas las sospechas. No incluí
este relato en los artículos que escribí entonces, pero sin duda fue parte de
la interpretación que di del estado de situación de la política seguida con
los aborígenes en aquellos tiempos.
Pitt Rivers (1989) ya lo había advertido: el instrumental teórico y lo
afectivo forman parte de lomismo y no se pueden separar, a pesar de que
por mucho tiempo se considerara que esto último constituía un obstáculo
que nos alejaba del conocimiento objetivo-neutral (Diego Zenobi, comu-
nicación personal, agosto 2013). Uno de los principios fundantes de la
disciplina antropológica fue durantemucho tiempo: no opinar, no juzgar,
no valorar. Pero la antropología es una ciencia enmovimiento (Kalinsky,
2003) que se reproduce transformándose. Daré ahora un último ejemplo
anecdótico para ilustrar el modo en que nuestras emociones, en este caso
el rechazo de nuestros informantes, pueden constituirse en un instrumento
útil para la producción de conocimiento.
Hace más de veinte años que acompaño el reclamo territorial de una
organización indígena en la región del Chaco salteño
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. Me sentíamuy or-
gullosa de que los integrantes de la organizaciónme reconocieran como
su asesora; esto era mucho más que verme como mera investigadora.
Este rol, como defensora de su derecho, me llevaba a participar de suce-
sivas reuniones con funcionarios, abogados, gobernadores y presidentes,
donde se discutía el proceso de reclamo jurídico. Ese día había viajado
mil ochocientos kilómetros para participar de una reunión con el Estado
junto a dos abogadas del equipo legal que patrocina a la organización ante
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Nos encon-
tramos previamente con dos dirigentes del Consejo Coordinador para
actualizar información y preparar lo que se le reclamaría a las autoridades.
Apenas nos habíamos sentado alrededor de una mesa, cuando uno de
ellos, con el rostro trasmutado de rabia, dijo: "Morita no tiene que entrar