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A partir de la Segunda Guerra Mundial se rompe la armonía entre derechos humanos
y tecnociencia que caracterizó al humanismo progresista moderno, pues desde entonces el
poder tecnocientífico toma prioridad respecto del poder político. Si la Física perdió su
inocencia con la bomba nuclear que puso fin a la contienda, la Biología también empezaba
a perder la suya con la razón eugenésica y la experimentación bárbara del régimen nazi.
La medicina “sin humanidad” o “alienada” del holocausto no fue sólo una perversión
política o del Estado, sino también un signo de la violencia manipuladora de una tecnociencia
biomédica que se revelaría capaz de modificar la naturaleza cósmica (biosfera) y la
naturaleza humana, amenazando la libertad y dignidad del hombre. Bioética es el nombre
de esa ética de la vida en el entredicho del progreso tecnocientífico, polarizado por una
visión mesiánica y otra apocalíptica del mismo.
Coincidentemente, la bioética como nueva ética médica se inscribe en el movimiento
general de los derechos humanos tras la Segunda Guerra Mundial, movimiento que se
traduce durante los años 60 en la sociedad norteamericana por una reivindicación de los
valores de individualidad, libertad y autonomía. Este nuevo lenguaje es, entre otras cosas,
también una reacción frente al avance del poder biomédico, según testimonian los derechos
del paciente, que invierten los términos del código profesional. No por azar la fórmula de
la bioética norteamericana -
bios
tecnocientífico y
ethos
liberal- se vuelve explosiva a
propósito de la investigación con seres humanos, de cuya normativa surge el modelo
disciplinario de los principios (beneficencia, autonomía y justicia)
(2)
.
En suma, un capitulo fundamental de la Bioética -y uno de los motivos principales
en el origen histórico del movimiento- lo constituye la investigación científica que involucra
seres humanos. La investigación de hoy es la medicina de mañana y aquélla no puede
concebirse sin el “recurso” humano. Pero de su necesidad no se desprende sin más su
justificación moral, sobre todo porque la ética médica ha estado tradicionalmente centrada
en el bien o interés del paciente y limitada por el principio
primum non nocere
. La ética de
la investigación humana se mueve así entre el valor del progreso de la ciencia y el valor de
la protección de las personas involucradas en aquélla
(3)
.
La condición posbioética: Pigmalión, Narciso y Knock
La bioética como disciplina se ha basado históricamente en el modelo normativo de
los Principios. Principismo o principialismo es un desarrollo filosófico racional, deductivo,
ejemplificado por el texto fundacional de Beauchamp y Childress, que da un lugar central
en la deliberación y justificación morales a un cuarteto de principios: Beneficencia y No-
maleficencia, Autonomía y Justicia -la llamada “Georgetown Mantra” (la “letanía de
Georgetown”)-. Pero una lectura posmoderna del discurso principista revela el “complejo
bioético” de la medicina actual. Complejo en el sentido genérico, porque se trata de tres (o
cuatro) principios diversos y entre sí conflictivos, lo cual puede figurarse en una relación
no lineal sino triangular con tres vértices, en los cuales se inscriben respectivamente los
protagonistas del drama de la enfermedad: el médico, el paciente y la sociedad. Mas,
también se trata de un complejo en el sentido específico o psicológico, porque detrás de
cada principio y su protagonista respectivo hay una narrativa de la actual medicina con el
correspondiente sujeto, trama y moraleja. Tres narrativas -Pigmalión, Narciso y Knock-
Bioética de la experimentación humana
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