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Sin embargo, más allá de sus evidentes diferencias, en ambos esfuerzos hay
un conjunto de rasgos comunes que justifican el esfuerzo de su análisis
comparativo. El primero es la retórica, no concebida como simple presen-
tación placentera o agradable o como artificio de persuasión sino como
código para el diálogo social. Lo distintivo de lo empleado en cada caso es
el discurso heterólogo, que mezcla ámbitos y modalidades sin temer in-
coherencias y contradicciones. Una retórica subversiva, podría llamársela,
ya que se propone una modificación del orden establecido: el de la ciencia
médica, en un caso, y el de las profesiones basadas en el conocimiento
formal, en el otro. Una formulación fuera, o más allá, de las disciplinas
establecidas. Un discurso intersticial,
entre
los saberes consolidados.
Sorprende en los textos de la Escuela de Heidelberg la sucesión de temas
que parecen interpelar el orden establecido del saber médico. Viktor von
Weizsäcker no temerá hablar de una ciencia “piadosa” o “moral” en una
época en que lo psicológico estaba relegado al campo de lo problemático
en medicina y el psicoanálisis recién se instalaba como metáfora fundante
de las ciencias humanas
(7)
. La historia clínica se enriquece con el cienti-
ficismo del experimento fisiológico. La dimensión social de la medicina
ingresa al discurso oficial vinculada al concepto de neurosis. En la bioética
de la primera hora, que pronto se bifurca en ética global y ética biomédi-
ca, se produce fusión de discursos de valor técnico con otros de tonalidad
religiosa o combativas argumentaciones desde el feminismo, la marginali-
dad, la pobreza y la raza. En ambos casos, los productos escritos traspasan
fronteras, establecen diálogos y fusionan perspectivas
(8)
.
A la retórica eliminadora de límites debe agregarse otro rasgo, la defini-
da intención práctica. Los bioeticistas estadounidenses aspiran a lograr
consensos para tomar decisiones. Aunque la racionalidad es valorada, se
la supedita a los agentes morales que concuerdan en presentarse y repre-
sentarse en el escenario social. La medicina antropológica, siendo teoría
en el más cabal sentido, pretendió demostrar que nada hay más práctico
que una buena teoría. Sus argumentaciones llegaron a veces al casuismo,
sus afirmaciones desafiaron la práctica establecida y, en todo momento,
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