Con la perspectiva que da el tiempo, la destrucción de
la Universidad pública aparece como la fase previa,
preparatoria del ataque privatizador: el lucro se impuso
entre nosotros a punta de bayoneta.
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blica no ha venido de súbito a raíz de
los casos judiciales más recientes: és-
tos solo pusieron al descubierto algo
que permanecía casi oculto. En este
sentido, el nuevo escenario represen-
ta la maduración o desarrollo de una
situación preexistente.
No vamos a descubrir ahora que la
corrupción prosperaba en Chile. Si se
hubiera privatizado Codelco, ¿no riva-
lizaría con SQM en el !nanciamiento
de la política? ¿Se tienen que quemar
los parques nacionales y las reservas de
bosque nativo para caer en la cuenta
del descuido en que se ha dejado el pa-
trimonio público? ¿Son necesarios los
aluviones y los incendios para descu-
brir que es preciso construir ciudades,
no levantar poblados donde a cada ve-
cino se le antoje? ¿Vamos a descubrir
ahora el debilitamiento y la destruc-
ción de lo público, cuando la política
gira desde hace años en torno a la edu-
cación pública y la salud? Los dé!cits
de políticas públicas en todas esas mate-
rias son expresión de la carencia de ética
pública, es decir, de leyes adecuadas y de
la capacidad y deseo de hacerlas cum-
plir. Autorizar la reelección inde!nida,
por ejemplo, es más fácil que prohibirla;
más fácil permitir la !esta de los gas-
tos electorales de más de ocho ceros por
cabeza, que regularlos, más fácil !jarse
sueldos y asignaciones millonarias, que
determinarlos de acuerdo al nivel de
ingresos del país. Más fácil establecer
multas irrisorias a las empresas que se
coluden, estafan a sus clientes o defrau-
dar al !sco, que hacer leyes disuasivas.
Las existentes, entran ventajosamente
en el cálculo del costo bene!cio y es-
timulan el delito; en !n, más fácil au-
torizar el paso de los directorios de las
empresas a los ministerios y de éstos a
los directorios, que regularlo.
En estos traslados, permutas, cambios
y enroques, nunca nadie ha dicho: “per-
dón, me inhabilito”, y no va a ocurrir si
nada lo impide.
Legislar como gremio o con criterio
corporativo es una condición de im-
posibilidad de la ética pública y de la
credibilidad. Se minimiza, pues, el pro-
blema si se pretende que es el “!nan-
ciamiento de la política” únicamente lo
que está en liza. No, es una legislación
que ha estimulado la formación de una
trenza entre política y negocio, que ha
consolidado un nexo entre la “clase”
política y la “clase” empresarial. No
deja de ser signi!cativo que la palabra
elite haya caído en desuso, reemplaza-
da por estas otras, que son evidente-
mente inadecuadas.
Permítanme un último ejemplo: con la
perspectiva que da el tiempo, la destruc-
ción de la Universidad pública aparece
como la fase previa, preparatoria del ata-
que privatizador: el lucro se impuso entre
nosotros a punta de bayoneta. La mayor
ironía, y la hipocresía, fue su prohibición
legal: fue como prohibir el consumo de
pollo y dejar al zorro a cargo del galline-
ro. La prohibición era la máscara, la au-
torización el verdadero rostro. Pero abrir
la educación a la inversión privada es una
cosa y dejar que sea el mercado quien de-
cide es otra muy diferente. Esto último
signi!ca extender la lógica mercantil al
conjunto del sistema. El auto!nancia-
miento, al suprimir el aporte directo del
Estado, dejó al mercado en posición he-
gemónica. Ese aporte, se dice, es “injus-
to”, es “un subsidio a los más ricos”. ¿Por
qué duele tanto un subsidio a la educa-
ción? Se subsidia a los bancos, a las AFP,
a las Concesionarias, a las instituciones
de la defensa y desde luego a la “clase”
política. Los teóricos de la privatización
procuran una respuesta menos hipócrita.
Friedrich Hayek, por ejemplo, escribe:
“no cabe mayor peligro para la estabili-
dad política de un país, que la existencia
de un auténtico proletariado intelectual
sin oportunidades para emplear el acer-
vo de sus conocimientos”. Lo cierto es,
que de haberse conjurado a tiempo esa
injusticia, jamás habrían existido univer-
sidades nacionales en nuestro continente.
Si Andrés Bello se hubiera preguntado:
¿Se !nanciará?, jamás habría creado la
Universidad de
Chile.Lapura lógica eco-
nómica no sirve de nada cuando los be-
ne!cios son incalculables. Digámoslo con
franqueza: con la racionalidad económica
sola, nunca se habría creado este país, que
se sostiene básicamente liquidando sus ri-
quezas naturales.Y eso es como procurar-
se el sustento vendiendo la sangre.