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*Doctor en Filosofía. Profesor Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile.

ÉTICA PÚBLICA Y MORALIDAD

Por Marcos García de la Huerta*

Es fácil convenir que la

demolición de la confianza

pública no ha venido de

súbito a raíz de los casos

judiciales más recientes:

éstos solo pusieron al

descubierto algo que

permanecía casi oculto.

34

El Paracaídas / Nº 7 mayo 2015

C

uando Portales señalaba que

Chile carecía de “virtud cívica”,

lo que echaba de menos era

una de las condiciones de exis-

tencia de la república. Es lo público lo

que está amenazado, agregaba, por “la

manía que hay en mi país de no servir-

lo sino por interés”. Hoy hemos apren-

dido algo más al respecto: sabemos que

no se trata solo de una “manía”. En

todo caso, esa carencia de ethos cívico

se ha solido suplir con Estado y auto-

ridad, es decir, con presidencialismo y

dominación. Llamaremos “portaliana”

esta respuesta, pues enfatiza el papel

del sujeto-presidente, como encarna-

ción del Estado. Este predicamento,

me parece, no responde al problema de

crear ciudadanía; trasunta una idea de

virtud permeada por cierto moralismo.

Es Andrés Bello, a mi juicio, quien in-

tentó procurar una respuesta integral a

la necesidad de formar ciudadanos. Él

desarrolló una estrategia más política,

diríamos, para atacar la falta de virtud

cívica, de ética pública, o como quiera

llamársele. Como buen ilustrado, pen-

só en un sistema legal y en un sistema

de educación pública.

A pesar de que en la !losofía práctica

de Kant también predomina el mora-

lismo, él procura a esta misma cuestión

una respuesta que sin mayor di!cultad

podemos asimilar a la de Bello. El ver-

dadero problema de la moral pública,

según Kant, es constreñir al hombre a

“ser un buen ciudadano aunque no esté

obligado a ser moralmente un hombre

bueno”. Un Estado debe constituirse de

modo que funcione aún para “una raza

de demonios”, señala. “No es la morali-

dad causa de la buena constitución del

Estado, sino más bien al revés: de esta

última hay que esperar la formación

moral de un pueblo”. Un hombre de

bien solo puede ser buen ciudadano en

una ciudad buena o bien constituida.

Me parece que cuando se a!rma que

“las instituciones funcionan” se esca-

motea un tanto el problema y se dice

una verdad a medias, porque ante todo

importa que funcionen bien. Otro tan-

to vale cuando se a!rma que “Chile no

es un país corrupto”, porque los actos

de corrupción, que se suponía “puntua-

les”, “aislados” o episódicos, no lo eran

tanto. Quizá tampoco sean sistémicos,

pues hay instituciones que funcionan

con su!ciente probidad.

Respecto a la carencia de virtud ciuda-

dana o de ética pública, es pertinente

invocar el momento fundacional, por-

que se trataba de crear un sentido de

lo público, inexistente en los comien-

zos republicanos, debido a la falta de