*Doctor en Filosofía. Profesor Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile.
ÉTICA PÚBLICA Y MORALIDAD
Por Marcos García de la Huerta*
Es fácil convenir que la
demolición de la confianza
pública no ha venido de
súbito a raíz de los casos
judiciales más recientes:
éstos solo pusieron al
descubierto algo que
permanecía casi oculto.
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El Paracaídas / Nº 7 mayo 2015
C
uando Portales señalaba que
Chile carecía de “virtud cívica”,
lo que echaba de menos era
una de las condiciones de exis-
tencia de la república. Es lo público lo
que está amenazado, agregaba, por “la
manía que hay en mi país de no servir-
lo sino por interés”. Hoy hemos apren-
dido algo más al respecto: sabemos que
no se trata solo de una “manía”. En
todo caso, esa carencia de ethos cívico
se ha solido suplir con Estado y auto-
ridad, es decir, con presidencialismo y
dominación. Llamaremos “portaliana”
esta respuesta, pues enfatiza el papel
del sujeto-presidente, como encarna-
ción del Estado. Este predicamento,
me parece, no responde al problema de
crear ciudadanía; trasunta una idea de
virtud permeada por cierto moralismo.
Es Andrés Bello, a mi juicio, quien in-
tentó procurar una respuesta integral a
la necesidad de formar ciudadanos. Él
desarrolló una estrategia más política,
diríamos, para atacar la falta de virtud
cívica, de ética pública, o como quiera
llamársele. Como buen ilustrado, pen-
só en un sistema legal y en un sistema
de educación pública.
A pesar de que en la !losofía práctica
de Kant también predomina el mora-
lismo, él procura a esta misma cuestión
una respuesta que sin mayor di!cultad
podemos asimilar a la de Bello. El ver-
dadero problema de la moral pública,
según Kant, es constreñir al hombre a
“ser un buen ciudadano aunque no esté
obligado a ser moralmente un hombre
bueno”. Un Estado debe constituirse de
modo que funcione aún para “una raza
de demonios”, señala. “No es la morali-
dad causa de la buena constitución del
Estado, sino más bien al revés: de esta
última hay que esperar la formación
moral de un pueblo”. Un hombre de
bien solo puede ser buen ciudadano en
una ciudad buena o bien constituida.
Me parece que cuando se a!rma que
“las instituciones funcionan” se esca-
motea un tanto el problema y se dice
una verdad a medias, porque ante todo
importa que funcionen bien. Otro tan-
to vale cuando se a!rma que “Chile no
es un país corrupto”, porque los actos
de corrupción, que se suponía “puntua-
les”, “aislados” o episódicos, no lo eran
tanto. Quizá tampoco sean sistémicos,
pues hay instituciones que funcionan
con su!ciente probidad.
Respecto a la carencia de virtud ciuda-
dana o de ética pública, es pertinente
invocar el momento fundacional, por-
que se trataba de crear un sentido de
lo público, inexistente en los comien-
zos republicanos, debido a la falta de