

los sectores organizados de la socie-
dad, con excepción del empresariado.
Las ofertas de “cambio” se desnudan
!nanciadas -legal o ilegalmente- por
quienes de!enden y profundizan el
modelo neoliberal.
Los mecanismos de control social, tan
efectivos en los años noventa, se reve-
lan agotados en estos años recientes
para lidiar con la ciudadanía. Lo mis-
mo ocurre con los consejos asesores de
Bachelet. El viejo refugio de la política
en los “expertos” sólo desnuda la evasión
de un necesario ensanchamiento de la
deliberación pública y, con eso, con!r-
ma la latencia de rasgos autoritarios en
la política institucional. Se han puesto a
prueba, en de!nitiva, los límites históri-
cos del imaginario concertacionista para
ampliar la democracia.
Cabría, entonces, al menos una ra-
zonable duda sobre quienes hoy pi-
den nueva Constitución, pero hasta
ayer defendían el modelo. Una nueva
Constitución debe sustentarse en una
ampliación de los derechos sociales y la
democracia política como tal, sin eludir
una reformulación del modelo de desa-
rrollo y las vías para construir un pacto
social que lo sostenga. Hay que consti-
tucionalizar la salida del neoliberalis-
mo. No se puede pretender convertirla
en una consigna para alimentar la ya
licenciada política de la transición y,
por lo tanto, objeto de una refundación
espuria de la política.
El riesgo para todos debiera ser claro.
El vacío político instalado amenaza
con engendrar un liderazgo autori-
tario, que apueste por barrer con “los
políticos”, hasta desdibujar la idea
misma de democracia.
Las diversas fuerzas que pugnan por
reformas sustantivas han de ver en
una nueva Constitución el modo de
resolver el abismo entre la sociedad y
la política y, a través de tal refundación
de la política, concebir la construcción
de una democracia efectivamente
orientada hacia la integración social,
y no, como ha sido en estas décadas,
a la administración de una sociedad
segregada. De este modo se podrá
reponer a la política como espacio de
resolución de con"ictos sociales legí-
timos, en tanto se repongan contrape-
sos efectivos a la enorme colonización
empresarial sobre la política institu-
cional y el Estado. Ello representa,
más allá de demagogias que caen por
su propio peso, la genuina apertura de
un nuevo ciclo histórico.
El escenario actual, plagado de mons-
truosas imágenes -la postal de políticos
“de izquierda” !nanciados por pino-
chetistas-, es también rico en posibili-
dades. El agotamiento de una política
ensimismada, si bien detona carreras
en las clases dirigentes por una refun-
dación espuria de la política, también
abre la oportunidad a nuevas fuerzas
históricas. Por descontado, también
interpela al gobierno a decidir si abrir
procesos y cauces de organización y
participación para la mayoría de la
sociedad, o seguir acudiendo al reper-
torio de prácticas de la transición para
frenar las demandas por transforma-
ciones sustantivas.
Ensimismadas,
las fuerzas de la
política institucional
insisten en seguir
escindidas de los
sectores organizados
de la sociedad,
con excepción del
empresariado. Las
ofertas de “cambio” se
desnudan financiadas
-legal o ilegalmente-
por quienes defienden
y profundizan el
modelo neoliberal.
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