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Ella, con ese nombre único, ha sido marcada por el respeto a

la dignidad de la condición humana. “Yo soy una persona de

izquierda y teníamos que ser perfectos porque éramos corres-

ponsables de quienes estaban mirando, y yo sigo igual, como

siempre. A mí me hizo bien leer mucho desde niña, con dos

hermanas más y un hermano. Mi papá le puso Floreal porque

había nacido en primavera; yo crecí respetando a los pobres y

rodeada de libros”, recuerda, y ambas nos quedamos mirando

el caballo en el papel de Delia del Carril, la Hormiguita, que

parece moverse en esta casa suspendida entre lo que fue y lo

que viene.

“El golpe fue espantoso y nos fuimos. Pero nos fuimos pau-

latinamente, porque antes de Costa Rica pasamos por varios

países. Allá fundamos el Teatro del Ángel. Fue una experiencia

muy buena, porque para empezar no había ejército y eso me

daba una gran felicidad. Pero decidimos volver porque este es

nuestro país. Cada vez que volví la gente me abrazaba en la calle;

es gente muy cariñosa y que recuerda”. Se hubiesen quedado en

Centroamérica, pero ella decidió, atea por formación y convic-

ción, creer en Chile. Y no volvieron a irse.

Respetar las palabras

Los clásicos españoles, especialmente

La Casa de Bernarda Alba

,

de Federico García Lorca, la siguen conquistando, pero también

Antón Chejov. No le gusta la televisión, la encuentra “dema-

siado fácil”, y por eso nunca aceptó un papel para la pantalla

chica, pero sí para la grande y bajo la dirección de Sebastián

Silva actuó en

La vida me mata

(2007) y

Gatos viejos

(2010),

donde Silva trabajó con Pedro Peirano, periodista egresado de

la U. de Chile.

Le gustó el cine y que esta última película se filmara en su casa.

A cada uno de los visitantes cinematográficos los hacía probar el

vértigo del balcón y la buena conversación junto al ritual del café.

“Donde voy tengo una cosa de directora en la cabeza; no escribo,

pero me gusta que los directores respeten lo escrito por el drama-

turgo y que todos respetemos al público”, reconoce Bélgica, Premio

Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales (1995),

cuando reflexiona sobre su condición de trabajadora cultural.

Aquí es cuando las miles de imágenes que ella y Alejandro ateso-

ran del teatro chileno comienzan a girar en medio de esa mezcla

virtuosa que logra arte, sociedad, política. Una mezcla que no

aturde, sino que más bien construye lucidez. Esas fotografías,

como la de Bélgica con Salvador Allende captada mientras él era

candidato a la presidencia, despuntan entre libros y colecciones

que pueblan cada recorte del tiempo.

“Hasta que nos alcance la vida”, dice Alejando antes de despedir-

nos. Y Bélgica ríe más fuerte con ojos y boca, porque alcanzará

para mucho más, más obras, más vértigos negados, para más gatos

y más Alamedas que, de reojo, desde aquí se puedan ver cubiertas

de marchas ciudadanas. Porque, insiste Bélgica y miramos con ella,

“desde mi balcón veo caminar a Chile”.

P.30

P.P. / Nº3 2016