antes”, recuerda sobre los inicios del Teatro Experi-
mental (que estrena su primera obra el 22 de junio
de 1941).
Mario Cánepa recogió en su obra
Historia de los
teatros universitarios
la visión que el mismo Pedro
de la Barra, primer director del Teatro Experimen-
tal, buscaba transmitir: “El espectáculo teatral no
es obra de uno como en la poesía o la novela. In-
tervienen directores, actores, autores, escenógra-
fos, electricistas, etc., también participa el público
como materia importantísima. ¿Tenemos nosotros
estos elementos? La respuesta sería están, existen,
pero en potencia. Formémoslos, pero no haciendo
trabajar mecánicamente a los aficionados en obras
grotescas e insubstanciales que no estimulan la
sensibilidad ni dejan enseñanza alguna. Se necesita
gente nueva que recupere esta generación e inspi-
rarla en valores de alta calidad estético-moral. Es
preciso promover un sentimiento amplio y serio
que no quede en el autor o el actor, sino que abar-
que los múltiples problemas del teatro”.
En el teatro-escuela experimentaban con autores
de la talla de Stanislawsky, Piscator, Antoine y Co-
peau. Rescataban clásicos y la dramaturgia chile-
na, y los instalaban en medio de una sociedad que
también experimentaba cambios. Junto a Bélgica,
hace 75 años sus fundadores fueron, entre otros,
Eloísa Alarcón, Chela Álvarez, José Angulo, Ma-
ría Cánepa, Abelardo Clariana, Héctor y Santiago
del Campo, Edmundo de la Parra, Gustavo Erazo,
Fanny Fischer, Enrique Gajardo, Héctor González,
Kerry Keller, Hilda Larrondo, Luis H. Leiva, Jorge
Lillo, María Maluenda, Coca Melnick, Moisés Mi-
randa, José Ricardo Morales, Inés Navarrete, Óscar
Navarro, Flora Núñez, Pedro Orthus, Oscar Oyar-
zo, Roberto Parada, Domingo Piga, Oreste Plath,
Héctor Rogers, Agustín Siré, Rubén Sotoconil,
Domingo Tessier y Aminta Torres.
“A una no le pagaban y sólo lo hicieron luego de
tres años de trabajo, pero yo estaba fascinaba con
el teatro, que antes de De La Barra no había hecho
nunca. Yo aprendí a actuar con él y después me
casé con Alejandro. Hacer teatro significaba apren-
derse cosas de memoria y decirlas, y yo estaba tan
contenta. Una se sentía muy comprometida, por-
que una, nos decía él, estaba mejorando a la que
gente que nos veía. Y hasta el día de hoy lo úni-
co que hago es eso, teatro”, dice Bélgica, porque,
agrega, “una tiene que tener consciencia de lo que
significaba la obra para el público”.
“Donde voy tengo una cosa de
directora en la cabeza;
no escribo,
pero me gusta que los directores
respeten lo escrito por el dramaturgo
y que todos respetemos al público”.
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Nº3 2016 / P.P.