Oriente medio : una eterna encrucijada - page 98

Gilberto Aranda y Luis Palma
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occidentales. El
rais
egipcio fue un firme partidario de la formación de un
bloque neutralista afroasiático, que más tarde decantaría la política del
«neutralismo positivo» y el movimiento de los países no alineados, patro-
cinada por el mismo Nasser, el mariscal yugoslavo Joseph Broz Tito y el
dirigente indio Nehru. Un acto distintivo de esta nueva agrupación fue el
temprano reconocimiento de la China Popular, adelantándose en casi dos
décadas al bloque occidental.
Sin embargo, hacia 1955 todavía existía espacio para la negociación
en el mediterráneo oriental, Nasser demandando armas de Occidente y
Gran Bretaña condicionando la entrega de armamento a la entrada de El
Cairo en los pactos de defensa. El dilema concluyó solamente con la sus-
cripción del tratado checo-egipcio en septiembre de 1955 para la provi-
sión de armamento. Por primera vez se proporcionaron armas de factura
soviética fuera del Pacto de Varsovia, lo que equivalía a la exportación
del conflicto bipolar al Oriente Medio.
Un nuevo capítulo de diferencias acaeció con el Canal de Suez, con-
templado también en el plan económico de aprovechamiento de recursos
hídricos, pero sobre el cual Gran Bretaña y la compañía del canal tenían
la tuición hasta 1968. Ante la serie de desencuentros con Estados Unidos y
Gran Bretaña, siempre dispuestos a integrar a Egipto en su estrategia mi-
litar, pero poco proclives a cooperar en los planes de desarrollo del líder
nacional, Nasser decidió la nacionalización del Canal del Suez.
Poco después se desarrollaría la crisis de Suez, que proporcionó a Nasser
la oportunidad de colocar a prueba su filosofía política de autonomía del
bloque occidental en un enfrentamiento con las nuevas y antiguas poten-
cias regionales bajo el argumento del derecho de todo Estado independien-
te a disponer libremente de sus recursos naturales. Las exigencias
independistas nasserianas apuntaron a un fin práctico: obtener la retirada
británica de Egipto.
La experiencia de la crisis de Suez dotó a Nasser de un alto prestigio
entre los dirigentes árabes. La filosofía panárabe pareció cristalizar hacia
febrero de 1958 con la unión de Siria y Egipto en la República Árabe
Unida (RAU). La unidad de ambos Estados fue pensada como el punto
original para la futura generación de una entidad política confederativa
entre los diversos Estados árabes, cuyo núcleo estaría representado por
Egipto, Irak y Siria, países proclives a la Unión Soviética (aunque más de
forma que de fondo). Aunque hacia fines de la década de los cincuenta el
nacionalismo panárabe parecía haber vencido la sumisión a los intereses
occidentales, el proyecto debió resistir las diferencias domésticas entre sus
líderes siempre ávidos de sobreponer sus intereses personales. Nunca fue
posible concretar la fusión Sirio-oraquí sobre la base de la tradición del
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