Derecho internacional de los refujiados - page 20

PAlABRAS INAUGURALES
o habían sido víctimas de poderes discriminatorios en el curso de lás
dos guerras mundiales. El sistema multilateral de las Naciones Uni–
das tuvo el privilegio de inventar -si me permiten este vocablo- la
institucionalización de la asistencia jurídica y material a los refugia–
dos, de codificar los derechos legítimos a los cuales debían tener
acceso, de solicitar a los Estados adherir al respeto de esos derechos.
Todos esos derechos han sido claramente enunciados en la Conven–
ción de 1951 yen su Protocolo adicional. Es por esto que insisto en
decir que la asistencia a los refugiados no es un asunto de caridad
sino un objetivo que todo estado de derecho debe integrar en su
arsenal jurídico.
Hemos vivido el fin de la década del 80 con plena furia.
Habíamos pensado que por
fm
el hombre era el centro de interés de
todas las políticas y sus derechos se tomaban inalienables como lo
desean las constituciones democráticas. La cortina de hierro caía
permitiendo a hombres y mujeres circular libremente. Los derechos
del hombre se constituían en el parámetro inevitable de toda socie–
dad que se pretendiera respetable.
Las
dictaduras militares en
América Latina cedían el lugar a los regímenes democráticos. Pero
lamentablemente la terrible guerra de Medio Oriente para liberar a
Kuwait, el trágico desmembramiento de Yugoslavia, anunciadora de
otros problemas geopolíticos en Europa Central nos recuerdan la
fragilidad del devenir del hombre. Y si me tomo la libertad de
referirme a acontecimientos altamente políticos es porque todas las
instituciones humanitarias como el Alto Comisionado de las Nacio–
nes Unidas para los Refugiados, la Cruz Roja Internacional, la
Oficina del Coordinador de las Naciones Unidas para el Socorro en
Casos de Desastre, y la Organización Internacional para las Migra–
ciones, se han visto directamente afectadas en sus objetivos, en su
sueño de un mundo sin violencia. Como decía recientemente la Alta
Comisionada señora Sadako Ogata, tenemos la neta impresión que
la agenda de nuestro trabajo humanitario cotidiano se encuentra
cada mañana en la primera página de los diarios. Por un lado debe–
mos correr para asistir a cientos de miles de personas que parten de
Myanmar, Yugoslavia, Somalía. Y por otro lado hay millones de
pefSonas que en 1992 esperan para regresar a sus casas en Mganis–
tán, Angola, Camboya, Etiopía, Mozambique, Sudáfrica, el Sahara
Occidental. En América Central hemos desarrollado un modelo de
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