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satisfacción con el ejercicio profesional en el sector privado no es reciente y
alcanza a un número significativo de jóvenes farmacéuticos de la industria
y la oficina de farmacia, entre otros, inquietud que les viene a la mente
como aquel epitafio que asalta a los descontentos: “el que soy mira con
tristeza al que podría haber sido”. ¿Hemos antepuesto nuestro propio inte-
rés al de la comunidad que juramos, en solemne ceremonia de titulación,
servir con generosa prioridad posponiendo los beneficios económicos pro-
pios? ¿Hemos velado por impartir valores morales y deontológicos a los
jóvenes estudiantes y profesionales que nos fueron encomendados? ¿Es
nuestro desempeño farmacéutico una contribución farmacoterapéutica
científica y humanamente proyectada y actualizada?
Lo que se entrega en una farmacia no es un producto corriente, no es un bien
homologable a los bienes externos comunes adquiribles en un centro comer-
cial
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. El medicamento lleva en sí un valor agregado: el del saber profesional,
el del consejo ético, científico y generoso. Por no ser cosa sino proceso, la
salud no puede ser ofrecida como comodidad comprable, vendible o hipote-
cable: es calidad de vida. La oficina de farmacia no es una tienda cualquiera:
su profesionalidad no se encierra en un círculo de tres o cuatro metros de
radio pretendiendo que su centro sea la caja registradora (E. Sellés).
Desde una perspectiva de modernidad y ciencia, la enfermedad, blanco al
que apuntan los medicamentos, es un proceso biológico de adaptación,
como respuesta a reacciones o estímulos, físicos, químicos o biológicos,
que dejan de ser normales al exceder en calidad o en cantidad la capaci-
dad de adaptación del organismo. La participación de factores culturales,
éticos, filosóficos, religiosos, educativos, medioambientales, genéticos, so-
ciales, económicos, entre otros, pone de manifiesto la relación entre civi-
lización y enfermedad, así como la complejidad en que le corresponde al
farmacéutico desarrollar sus funciones en pro de la salud de la población.
En este escenario y en razón de él, se fue posicionando en nuestra vida la
trascendencia del medicamento –y del farmacéutico en la investigación,
preparación y suministro de los fármacos–, con el fin de eliminar o pre-
venir el dolor, el sufrimiento, el menoscabo de nuestra salud, buscando la