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rapéutica. También inspirará a personas que deseen desarrollar temas que
recién ahora aparecen en la conciencia pública. La conducción de los ensa-
yos clínicos, las buenas prácticas en la investigación, la ética del mercadeo,
la equidad en la distribución de los beneficios, el balance apropiado entre
lucro y servicio, por no hablar del importante aspecto de la educación
profesional, cada día más exigente. No solamente porque en lo técnico hay
más materias que controlar; también porque las economías modernas y la
vida en sociedad requieren cada vez más de una “ilustración tecnológica”
que solamente la reflexión y el diálogo pueden desarrollar.
El aforismo del médico español Letamendi: “Quien sólo medicina sabe,
ni medicina sabe” puede aplicarse también a la farmacia. No basta el co-
nocimiento técnico si no está inspirado y renovado por una conciencia de
su valor social. Ciencia sin conciencia no es bien sino mal. Las profesio-
nes, como respuestas institucionalizadas a demandas sociales, no cumplen
simplemente el papel de brindar servicios o resolver necesidades. Deben
contribuir a la convivencia y a la mejora de la calidad de la vida. Pues
finalmente el conocimiento especializado –independientemente de su ori-
gen– cuando se aplica es ya un bien público, en cuya custodia y empleo
los profesionales deben consultar con otros miembros de la sociedad y,
con tolerancia, aceptar que hay muchos tipos de intereses. Y el diálogo
ético se ha consolidado como la forma de expresarlos, armonizarlos y per-
feccionarlos.
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