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ne la conciencia moral y, por eso, permite adentrarnos en la interioridad
del agente más allá de los principios abstractos y consignas en las que se
desplaza y desaparece la responsabilidad personal. La cuestión ahora no es
cómo funcionó el sistema, sino “por qué el acusado se hizo funcionario de
esta organización”
(8:82)
. Aquí se manifiesta la conciencia moral, la capa-
cidad que debe ser atribuida a todo hombre de elegir lo moral.
El hombre íntegro es aquel que dice: no puedo transformarme en un cri-
minal. Sin duda nadie puede asegurar si el día de la prueba tendrá el va-
lor que requiere la decisión moral. Sócrates, en el
Critón
de Platón, ha
mostrado el camino al rechazar fugarse de la prisión para evitar su injusta
condena a muerte. Y en el
Gorgias
se ha vuelto a destacar un principio que
contradecía sin duda el pensar de la sociedad de su tiempo: es mejor sufrir
la injusticia que cometerla.
La ética socrática, que como ha mostrado Gómez-Lobo
(9)
es racional y
axiomática, no resulta fundamentable racionalmente. Hay, no obstante,
un camino indirecto. El propio Sócrates lo muestra, él mismo no puede
contradecirse, no importa si el precio es su condena a muerte. La misma
coherencia exige Kant a su imperativo categórico. En ambos casos, es el
enlace del yo consigo mismo, el no devenir indigno para sí. Por eso tiene
prioridad el deber para consigo mismo sobre el deber para con otro.
Cuando se vive sin certeza moral y en un mundo escindido, la moral se
relaciona con la singularidad, con ese diálogo consigo mismo que cons-
tituye la condición de posibilidad del pensamiento y la reflexión moral.
Arendt, siguiendo una tradición helenística y romana, lo denomina “so-
litud”
(8:113).
La moral es dialógica desde su origen, y ese otro con el que se dialoga
termina por devenir en amigo. Cuando uno se traiciona a sí mismo tiene
que convivir con un enemigo; ese es el sentido moral del principio de
contradicción.
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