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y neutral enmascaraba una elección originaria de la que depende todo lo
demás.
La cuestión ética a partir del siglo XX es la negación en los hechos de la
validez de la moral, o la transformación de ésta en costumbres intercam-
biables, conjuntamente con la emergencia del mal como poder demoníaco
en el hombre.
Un tema clásico en la filosofía moral, desde Sócrates a Kant, es que el
hombre no tiene capacidad demoníaca. El mal en él es ignorancia o fra-
gilidad de su albedrío. El ser humano es tentado, no tiene iniciativa al
respecto; por eso mismo, de una manera racional o religiosa, el mal se
transforma en
felix culpa
.
Si algo caracteriza a nuestro tiempo es la presencia del puro hecho, la
existencia del horror sin palabras. Desde el siglo XX el hombre ha mos-
trado reiteradamente ser capaz de lo demoníaco. Ha perdido la memoria
de aquellos límites que no podía transgredir, todo es ahora cuestión de
costumbre y hábitos, el mal no tiene ya raíz y, como acertadamente afirma
Arendt, el mal deviniendo banal es invisible y global
(6)
.
El crimen ha devenido una costumbre aceptada y un procedimiento al
cual se puede adherir hasta sin convicción. Por esto el mal y lo inhumano
se extienden sin límites, de un modo superficial, como arena del desierto.
Ya no estamos ante el mal radical de Kant, sino ante un hecho de horror
para el cual no existen palabras ni discursos. La ausencia de una norma
para condenar o disculpar constituye lo que Nabert denominó “lo injus-
tificable”
(7)
, “todo lo que podemos decir es que esto nunca debía haber
ocurrido”
(8)
.
Arendt certeramente observa cómo los juicios llevados a cabo en Nüren-
berg contra acusados de crímenes de lesa humanidad han permitido acer-
car el debate moral más allá de la cuestión legal. El ritmo del proceso
judicial, con sus tres instancias de acusación, defensa y sentencia, presupo-
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