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decir: la ciencia es siempre buena y correcta”. Y finalmente: “…una me-
dicina que se define sólo biológica o científico-naturalmente, decide mal,
errónea y culpablemente”.
En su crítica a la medicina biológica (la que “considera al hombre como
una molécula química, una rana o un conejo de experimentación”), nues-
tro autor la rotula como “anestesia moral frente al sufrimiento de los esco-
gidos para la eutanasia y los experimentos” y, a veces, parece llegar una vez
más a utilizar este argumento como una suerte de excusa para los médicos
condenados en Nürenberg. Hidalgamente, von Weizsäcker no libera de
culpa a la medicina antropológica como venero de justificaciones para los
excesos nacionalsocialistas, pero, por otro lado, sostiene crípticamente que
su culpa “se libera con la penitencia”. Más allá de ello, sin embargo, resalta
su conceptualización de esta medicina como el condensamiento de sabi-
duría cognitiva y moral, de afronte psicosocial y espiritual. Ella posee en sí
misma “un freno contra la acción inmoral” y valga la pena anotar que, en
el texto que comentamos, tal parece ser la esencia inmanente y básica de
la medicina antropológica. Ciertamente, la obra global de von Weizsäcker
no tiene un sesgo tan pronunciado: puede decirse que en este artículo la
pasión contenida del pensador honesto, del humanista indignado, del mé-
dico integral, impide una exposición más completa de aquella medicina, y
prefiere resaltar fundamentalmente su parámetro moral.
Es posible argüir una suerte de comprensión balanceada de estas perspec-
tivas desde los ángulos clínico y cultural, entre otros. A punto de partida
de su propia historia en el devenir médico, el encuentro clínico es –para
decirlo en términos von weizsäckerianos– un hecho solidario y trascen-
dente, global y abarcativo, integral. Que el médico prefiera o sea más com-
petente en alguna de las muchas facetas de ese ser humano que lo busca,
no quita que toda medicina sea antropológica en lo que el término tiene
de connotación general y esencialmente humana. Pero negar el valor del
basamento biológico de nuestra estructura y funcionamiento o reducirlo
a una consideración puramente mecanicista es correr el riesgo de caer en
el mismo extremismo de que se acusa a los “biologistas” o, peor aún, de
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