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AUDIENCIAS VOLÁTILES TELEVISIÓN, FICCIÓN Y EDUCACIÓN

LORENA ANTEZANA Y CRISTIAN CABALIN, EDITORES /

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para todos/as los grupos etarios considerados en esta investigación y se hace necesario utilizar

metodologías alternativas en el caso de los/as adolescentes (13-17 años), y de los adultos (50-64

años), aunque por distintos motivos. En el primer caso, porque las tecnologías disponibles han

modificado también la forma en que los/las jóvenes se comunican: sus respuestas son mucho

más breves, lo mismo que su capacidad de atención y tienden a distraerse con mayor facilidad;

tienen dificultades para reconocer sus emociones (o al menos hablar de ellas) fundamentalmente

en el caso de los varones. Este elemento se repite en los adultos, también varones, a lo que habría

que agregar la tendencia a no reconocer, o disfrazar/justificar su interés por la televisión. Así,

pareciera más adecuado, en el caso de los grupos más jóvenes, realizar entrevistas grupales (con

tres o cuatro participantes que ya se conozcan) y proponer algún ejercicio práctico (desafío) que

deban resolver; y para adultos realizar la entrevista en varias etapas o fases y combinarlas con

visionados de televisión en conjunto. Ciertamente, habrá que seguir trabajando en la búsqueda

de metodologías cualitativas acordes a estos nuevos y no tan nuevos telespectadores, pero es

posible anticipar que será un desafío a la hora de abordar también la interpretación de los datos

cuantitativos que se obtienen en encuestas nacionales.

En cuanto a los aprendizajes, se hace necesario considerar el contexto social, histórico, político

y económico a la hora de interpretar los resultados. Así, al equipamiento disponible en los

hogares y la conexión a Internet hay que agregarle la cultura mediática que poseen los y las

telespectadores/as, que será aún más determinante a la hora de elegir determinados programas

que las dificultades de acceso a una mayor diversidad de ellos. En ese sentido, la opción de

elegir más que por acceso y disponibilidad es un asunto de aprendizaje, de historia, de familia,

puesto que se trata de la construcción de hábitos que se refuerzan en el tiempo y con la práctica

cotidiana. En suma, es un asunto de formación y transmisión de capital cultural.

El debilitamiento de los vínculos que se establecen con otros/as y su reemplazo, en algunos

casos, por la interacción en redes sociales digitales, en el marco de una organización social que

fomenta el individualismo y la competencia -entre otras cosas- le otorga al discurso televisivo una

visibilidad e importancia considerable, posicionándolo en un lugar central y destacado para la

configuración de identidades y de sentidos de pertenencia. El exceso de información disponible

en otros medios, paradojalmente, refuerza la centralidad del discurso mediático televisivo que

aparece como la entidad que organiza y jerarquiza la actualidad. En este mismo sentido, el

visionado televisivo está cruzado por distinciones de género, clase y generación (edades/ciclos

de vida), lo que hace aún más compleja su comprensión.

La televisión está tan presente en la vida cotidiana que su recepción se ha naturalizado, es decir,

lo que se muestra aparece como la “verdad”. A pesar de que los distintos formatos -géneros

televisivos- son reconocidos por los y las telespectadores/as, su interpretación final cruza y

confunde la realidad con la ficción constantemente. Por otro lado, la simplificación del lenguaje

televisivo, la utilización de estereotipos, la reducción de la complejidad que es propia de este

dispositivo mediático en un contexto de competencia por la captación de audiencias, empieza

a ser la forma que se impone en los demás medios de comunicación uniformando toda oferta,

empobreciendo los contenidos y la forma de abordarlos.