— 8 —
su obra. Al día siguiente se procedió a vestir al Emperador con el nuevo traje, que
en verdad no era ninguno, luego de lo cual se trataba de presentárselo al pueblo
desfilando por las calles junto con la corte para que su nueva vestimenta fuera
admirada. Cortesanos y pueblo se decían a sí mismos que no veían nada, pero
como advertían que el vecino sí declaraba ver un traje de belleza inigualable,
cada cual repetía lo mismo, para no desenmascararse como inepto o estúpido.
Y entonces sucedió que un niño entre la multitud simplemente gritó: “¡Pero si no
lleva nada puesto!”, y su padre al escucharlo, dijo “¡Dios bendito, escuchad la voz
de la inocencia!”, luego de lo cual se corrió la voz y las carcajadas. El Emperador,
al escuchar esto, barruntó que en verdad el pueblo tiene razón, mas pensó “Hay
que aguantar hasta el fin”, y siguió tan altivo como antes, entretanto los ayudan-
tes de cámara continuaban sosteniendo la inexistente cola de su traje.
La modernidad está caracterizada por la primacía del sujeto (en la relación entre
sujeto y objeto), la cual se inicia con Descartes, y luego en términos de Kant se
trata de cómo el sujeto regula y modifica al objeto en el acto de conocer. Ello ha
sido condición para que el sujeto emprenda a la vez un largo proceso de eman-
cipación y autonomización en el que nos encontraríamos hasta nuestra época.
El sujeto, habiendo tenido su momento fundacional en la filosofía, se despliega
a través de la ciencia, técnica, política, derecho, ética, arte y teología. El funda-
mento de todo este impresionante desarrollo no ha sido pues otro que el sujeto
que paulatinamente se volvió plenipotenciario.
Claro está, el sujeto modifica el objeto, y lo modifica hasta tal punto que nuestro
ver
está determinado por lo que queremos ver e incluso por lo que conviene que
veamos, para no parecer ineptos o estúpidos. Y ello puede llevar tan lejos que se
puede tratar de “ver lo invisible”, ver algo donde, en rigor, no hay nada. Esta nue-
va manera de entender nuestras sensaciones, la percepción, en buenas cuentas,
el acto de representarnos algo, trae consigo a su vez una nueva concepción del
conocimiento, y junto con ello, de lo que llamamos “realidad”.
Por otra parte, como ello afecta también al entendimiento, y en definitiva, a
cómo entendemos las cosas, con Kant tomamos conciencia de que el acto de
conocer se completa con la imposición de conceptos de causa, unidad, posibili-
dad, y otros, incluso de existencia, a lo que percibimos a través de los sentidos.
Desde el inicio mismo de la modernidad el desarrollo de la ciencia no hace sino
corroborar el predicamento de la regulación del objeto por parte del sujeto. En
nuestro tiempo, con la mecánica cuántica, llegamos incluso a plantearnos la posi-
bilidad de realidades paralelas y como siempre estamos habitando en una de ellas.
Pero, nuestros ojos no sólo ven lo que están determinados a ver, por las condi-
ciones del conocimiento, sino además por lo que conviene que veamos. Y esto
implica que el Cuento de los trajes del Emperador conlleva otro alcance, que
podemos calificar como político. La primacía moderna del sujeto y su regulación