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niendo ‘sujeto’ de ‘sub-iectum’, ello tiene que ver con ‘iacere’, que es precisa-
mente ‘poner’ (como, por otra parte, también es ‘arrojar’, como en ‘proyecto’).
Y entonces el ‘sujeto’ es lo que se ‘sub-pone’, lo cual remite por cierto al sujeto
o la sustancia como la primera de las categorías del ser en Aristóteles. El térmi-
no correspondiente a ‘sub-stantia’ es ‘hypokeimenon’. La sustancia se aplica a
todo fenómeno, aludiendo a
aquello de lo que decimos algo
, sus cualidades o
accidentes, debido a lo cual esa relación
sustancia – cualidades o accidentes
está
en armónica correspondencia con el lenguaje determinado por la relación suje-
to-predicado. Y en ello reconocemos precisamente la singularidad de Descartes,
ya que el
cogito
supone la mencionada auto-posición del sujeto humano, a cuyo
examen, inspección y juicio queda todo remitido.
Con ello cambia la mirada aristotélica del realismo, dirigida ante todo al cosmos,
para encontrar en él los parámetros tanto para la metafísica, como para la físi-
ca, y también para la ética o la política, a una mirada desde el sujeto, desde su
auto-posición.
La primacía del sujeto desde Descartes en adelante, e incluso hasta nuestros
días, sigue caracterizando la modernidad. Es más, ninguno de los filósofos del
post-modernismo (desde Lyotard hasta Baudrillard) pretende que nos encon-
traríamos ya en la post-modernidad, sino más bien en las postrimerías de la
modernidad.
Bien aquilatado esto, la primacía del sujeto sobre el objeto trae consigo enten-
der no sólo una nueva filosofía, sino que es un proceso (que podemos llamar
también de autonomización) que se despliega por de pronto en la historia: una
historia no más desarrollada dentro de los lineamentos eclesiásticos o de un
destino trágico, sino como historia hecha libremente por el propio hombre; pero
también en la ciencia (con el nacimiento de la ciencia moderna, especialmente
con Copérnico y Galileo); y además por cierto en el arte, a través de la introduc-
ción paulatina de temas burgueses, sociales, políticos, hasta llegar al impresio-
nismo, expresionismo, surrealismo y finalmente al arte de las instalaciones; asi-
mismo a través de la política: las revoluciones de la modernidad, como también
de la liberación de la mujer, y otros; a través de la teología, en la que se llega a
cuestionar lo que hasta ahora se ha entendido como cielo, infierno, purgatorio.
Interesante es ver entonces la modernidad desde la constitución de un suje-
to fuerte cartesiano, y como a partir de este momento fundacional se puede
tender un arco que atraviesa distintas etapas: el sujeto absoluto de Spinoza y
Leibniz, el sujeto como regulador del objeto de Kant, el sujeto universal del idea-
lismo alemán, el sujeto activo de Fichte y Marx, el sujeto volitivo de Schopen-
hauer y Nietzsche, el sujeto individual de Kierkegaard, Jaspers y Heidegger, para
llegar finalmente al sujeto frágil, débil o lábil de Ricoeur o de Vattimo. Esta sería
la aventura del sujeto moderno que ha recorrido estas ocho etapas, partiendo