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De los Nuevos Trajes del Emperador

El Cuento de Hans Cristian Andersen “De los nuevos trajes del Emperador”, apa-

recido el 7 de Abril de 1837, y que tiene como antecedente el “Cuento XXXII” de

la colección española de relatos “El Conde de Lucanor” de 1335, de Juan Manuel,

vale decir, casi exactamente medio milenio antes que Andersen, es emblemático

para el desarrollo del tema sobre la relación sujeto-objeto que emprenderemos.

A su vez, dado que esta relación es determinante para lo que concebimos como

modernidad, el Cuento es clave para mejor entender a la par esta última.

Comencemos por recordar el Cuento

1

:

En antiguos tiempos había un Emperador que era muy vanidoso y que le encan-

taba vestir de modo elegante. Se ocupaba casi sólo de esto. A tal punto era así

que los ciudadanos en vez de decir que el Emperador estaría en reuniones de

consejo, preocupado del gobierno, decían que estaba en el vestidor. En la gran

ciudad en que residía el Imperio, un día se hicieron presentes unos rufianes que

se hacían pasar por tejedores, y le ofrecieron al Emperador confeccionar para

él el traje más hermoso que pudiera imaginarse. Este traje tenía la peculiaridad

de ser invisible y se haría sólo visible para todo aquél que no fuera inepto en sus

funciones o irremediablemente estúpido. El Emperador se entusiasmó con esto

porque pensó no sólo en la belleza insuperable de su traje, sino en que ello le

permitiría distinguir a los ineptos y estúpidos que pudiera haber en su reino. En-

tonces accedió a esta propuesta de trabajo y los supuestos tejedores se pusieron

manos a la obra. Se les hizo enviar seda para ese trabajo, mas ésta, junto con el

cuantiosísimo oro correspondiente a su labor, lo guardaron para ellos. Lo cierto

es que nada más hacían como si tejieran algo, pero no utilizaban en ello ningún

material. El Emperador quiso entonces saber cómo iban los trabajos y envió a su

Primer Ministro, un hombre ya viejo y con mucha experiencia. Cuando los teje-

dores le presentaron el traje en preparación, se restregaba los ojos por no ver, en

verdad, nada, ningún hilo, ningún material, ninguna prenda de vestir. Mas, en-

tonces pensó que si reconocía esto lo creerían inepto o estúpido, de tal modo que

cuando los tejedores le preguntaron su parecer acerca del traje en confección, el

Ministro dijo que lo encontraba bellísimo. Luego el Emperador envió a otro de sus

ministros, y el resultado fue el mismo. Finalmente el propio Emperador decidió

visitar el taller de trabajo y fue con un séquito de cortesanos. El resultado de esta

visita fue igual, pero esta vez se trataba de que él mismo no veía ningún traje,

ya que, en rigor, no había nada allí. Así como los ministros anteriores, se dijo a sí

mismo que no veía nada, pero cuando le preguntaron los cortesanos su parecer

sobre el traje, su forma, su material, sus colores, dijo que lo encontraba magnífi-

co. Finalmente los tejedores pasaron la noche en vela, enteramente dedicados a

la terminación del traje y trabajando a vista y presencia de quienes quisieran ver

1

http://www.hadaluna.com/andersen/a-emperador.htm http://www.maerchen.net/classic/a-k_kleider.htm