6
sólo por sus convicciones, sin preocuparse de las limitaciones que impone la vida real, no sea
que, en último término, los propios principios éticos que desean defender sufran debido a una
reacción política o militar. Frente a una catástrofe causada por sus propios actos
desorientados, el político no puede alegar, para justificarse, que nunca cedió en asuntos de
convicción. Tal actitud sería tan presumida como inútil, y por cierto que no serviría de
consuelo a las personas que deben soportar las consecuencias.
Los puristas ideológicos de todos los colores suelen proponer una variante de dicha
postura: que es preferible sufrir por más tiempo bajo la tiranía, con la esperanza de un
resultado político plenamente satisfactorio, que avanzar mediante acomodos no del todo
limpios. Esta actitud lleva implícita la arrogante expectativa de que el futuro habrá de
acomodarse a nuestros deseos y un desdén por el costo terrible de una apuesta tan temeraria.
Hay que decir con firmeza, sin embargo, que los políticos tampoco podrían invocar la
necesidad de mostrarse prudente, con el fin de embellecer lo que es pura contemporización y
negligencia. Si no se les exorciza en la mayor medida posible, los fantasmas del pasado
seguirán rondando a la nación en el futuro. Los líderes políticos deben tratar de actuar de la
mejor manera posible. Sólo en casos extremos, si quedare en claro que las restricciones son
tan drásticas que las acciones del nuevo gobierno no tienen otro efecto que otorgar un barniz
de legitimidad para una situación en que en realidad las fuerzas del antiguo régimen continúan
gobernando y abusando, la renuncia al poder podría servir mejor los principios que se
persigue.
En situaciones de transición tan difíciles, el enfoque de los líderes democráticos
debería, pues, basarse en aquella máxima clásica que Max Weber caracterizó en su famosa
conferencia “La Política como Vocación”, dictada en 1919, en Munich; esto es, la ética de la
responsabilidad contrapuesta a la ética de la convicción (este último término,
gesinnungsethisch,
ha sido traducido también como la “ética de los fines últimos”).
Por cierto, Weber aclara que una ética de convicción no significa falta de
responsabilidad, así como una ética de responsabilidad no es sinónimo de falta de convicción.
Más bien, destaca la diferencia fundamental que hay entre actuar de acuerdo con un precepto
ético, sin preocuparse por el resultado, y actuar tomando en cuenta las consecuencias
predecibles de nuestras acciones.
En su opinión, los políticos deben orientarse siempre según una ética de
responsabilidad. Más aún, debemos concluir, tendrían que adherir a dicha máxima en aquellos
casos cuyos riesgos para la sociedad entera son tan grandes como en los tipos de situaciones
que hemos venido considerando.
Examinemos, pues, las dos consideraciones que es preciso equilibrar: los principios
éticos que se debe perseguir y las oportunidades y restricciones políticas efectivas que se debe
tomar en cuenta, de modo que los principios se cumplan efectivamente en la mayor medida
posible.
Comenzaré por resumir brevemente los principios, luego los analizaré con más detalle
cuando presente el caso de mi propio país: Chile.