Sonia Montecino: ceremonia de reconocimiento - page 38

dispositivo de las diferencias o traer a las pobladoras a las aulas
y plantar che mamull en las puertas institucionales. Nuestra
universidad, imperfecta y complicada, plagada de lo que Freud
llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias –como es en
general la vida en las universidades– tiene sus pliegues
sombríos, pero en la otra orilla está el valor de la libertad, de la
diversidad, de la apertura a nuevas ideas y prácticas aun
cuando ello signifique asumir los riesgos de una mirada crítica
no solo de la sociedad sino de sí misma. Eso la hace entrañable.
Por último, hay –como es evidente en el largo camino de la
vida– muchas personas a quienes debo este reconocimiento,
pero hay algunas que no puedo olvidar porque valoraron
–cuando otros la consideraban como “menor”, poco científica–
la propuesta de una forma distinta de hacer antropología y me
alentaron a transitar, a movilizar intuición y razón, a ejercitar mi
mano, la mano de la escritura, la mano de la cocina: el “viejo”
Carlos Munizaga, Julia Monleón cuando era estudiante;
Enrique Lhin, José Donoso y Mercedes Valdivieso, en el liceo, el
primero y cuando egresada los otros dos. Diamela Eltit con
quien hemos mantenido un diálogo permanente sobre los
límites de la escritura femenina y la subversión de las palabras;
Bruna Truffa con quien sostenemos un lazo que anuda arte,
antropología y creatividad. Rodrigo Cánovas y Roberto
Hozven, junto a otros(as) críticos(as) que situaron y difundieron
mi obra dentro del escenario textual. Esas son mis otras
entrañas, las que se tejen y destejen en el proceso de pensar
en el lenguaje y en el juego incesante de la pasión, que
finalmente es la que moviliza cualquier oficio bien hecho y
querido.
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