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El “caso Cajal” y el español como lengua científica
que con tanto candor describen su
vida y dan consejos para que el no-
vel investigador arregle su vida con
vistas a que las “ideas españolas cir-
culen por el mundo” o se obtengan
buenos “hechos científicos”, frente
a los cuales siente casi religiosa ve-
neración.
Entre los hipercríticos, que asegu-
raban la inexistencia de la ciencia
española, y los complacientes, que
defendían parcelas de excelencia en
muchos campos, Cajal destacó el
aislamiento de España, el carácter
ineducado (al menos en ese aspec-
to) de sus poblaciones y la esteri-
lidad de los esfuerzos instituciona-
les.
Es revelador, sin embargo, un co-
mentario crítico que Pío Baroja
destina en alguno de sus escritos
a don Pío del Río-Hortega, discí-
pulo y émulo de Cajal, afirmando
que era todos menos un intelec-
tual. Para Baroja, era curioso que
el científico tuviera poco interés en
los graves acontecimientos que agi-
taban a la sociedad española de en-
tonces y que mientras la tertulia se
encendía con acaloradas disputas,
el famoso histólogo hiciera pajari-
tas de papel. Le permitía concluir
que la ciencia era un tan perfecto
sistema social que aún personas
poco pensadoras podían descollar
en ella. La anécdota revela un si es
no es de desprecio por la cientifi-
cidad convencional que hoy valo-
ramos.
Un hombre venerado
Es bien sabido que tras recibir el
Premio Nobel y otras importantes
distinciones, Cajal se convirtió en
símbolo de una cientificidad espa-
ñola que podía parangonarse a las
más selectas del mundo. Su con-
cepción de la doctrina neuronal,
sus descripciones plenas de vitali-
dad, el respeto que concitó entre
los especialistas en las nacientes
neurociencias, unido a la relativa
escasez de personas de su éxito, le
convirtieron en icono, en héroe, en
apóstol, en aplaca conciencias y en
nombre venerado.
Valorar su contribución no es ta-
rea que pueda acometerse en bre-
ves líneas. Baste solamente señalar
que toda la moderna neurociencia
recibió de sus descubrimientos y
reflexiones fundamentos sólidos e
imperecederos. Y aunque mucho
de lo que hizo se publicó en fran-
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